Con
la fiesta del Bautismo del Señor (Mt
3, 13-17) terminaron las fiestas de Navidad. Concluimos, pues, los misterios de
la infancia de Jesús el Señor y pasamos a otro estadio de su humanidad y que
nos aporta el conocimiento de su misma vida pública: Dios se solidariza con la
humanidad pecadora y pide vez para ser bautizado por Juan el Bautista en el
Jordán. Juan mismo le reconoce como “Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”. Precisamente el bautista distingue a los que le escuchan en este
escenario que él bautiza con agua, pero el que viene detrás de él bautizará con
Espíritu Santo.
El
Bautismo de Jesús es la manifestación de Dios (teofanía) Padre que hace descender sobre su Hijo, el Espíritu, y su
Palabra proclama que se siente orgulloso, se complace en su Hijo. Es muy propio
de los padres sentir satisfacción por sus hijos y por ello, ellos suelen
presentar sus cualidades y gracias ante los demás.
A
partir de aquí Jesús comienza su misión. El Bautismo le aporta la fuerza para
actuar como Dios y para sentirse enviado como Hombre. Aquí se inicia su misión
evangelizadora, para esto ha descendido a la Tierra. A partir de aquí realizará
la misión encomendada por el Dios Trinitario: lo hará en obediencia al Padre y
en comunión con el Espíritu, virtud que le hará disponible hasta la muerte. Su
cometido es la salvación de la humanidad y en este empeño no escatimará ni
esfuerzos, ni tiempo, ni personas. Precisamente Él irá eligiendo ese grupo de
grupo de personas que le acompañarán. No buscará perfectos, sino hombres
dóciles que se dejen moldear por sus enseñanzas y admirar por sus signos. Serán
muchos, hombres y mujeres, los que le acompañen en este empeño misionero.
La
catequesis, tal y como la vivimos en nuestras parroquias, parte después de unos
años de bautismo, pero esta habrá de estar inspirada en la manera de proceder
de nuestros primeros hermanos en la fe. La inspiración catecumenal de la
catequesis proporciona un itinerario de fe, que parte de la “no fe”
(increencia) y que nos lleva a la “fe” (credo).
Este itinerario espiritual precisa de mediadores que lo acompañen, guías
que nos acompañen en el camino del Señor.
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