martes, 9 de enero de 2018

LA MISIÓN


            Con la fiesta del Bautismo del Señor (Mt 3, 13-17) terminaron las fiestas de Navidad. Concluimos, pues, los misterios de la infancia de Jesús el Señor y pasamos a otro estadio de su humanidad y que nos aporta el conocimiento de su misma vida pública: Dios se solidariza con la humanidad pecadora y pide vez para ser bautizado por Juan el Bautista en el Jordán. Juan mismo le reconoce como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Precisamente el bautista distingue a los que le escuchan en este escenario que él bautiza con agua, pero el que viene detrás de él bautizará con Espíritu Santo.
            El Bautismo de Jesús es la manifestación de Dios (teofanía) Padre que hace descender sobre su Hijo, el Espíritu, y su Palabra proclama que se siente orgulloso, se complace en su Hijo. Es muy propio de los padres sentir satisfacción por sus hijos y por ello, ellos suelen presentar sus cualidades y gracias ante los demás.
            A partir de aquí Jesús comienza su misión. El Bautismo le aporta la fuerza para actuar como Dios y para sentirse enviado como Hombre. Aquí se inicia su misión evangelizadora, para esto ha descendido a la Tierra. A partir de aquí realizará la misión encomendada por el Dios Trinitario: lo hará en obediencia al Padre y en comunión con el Espíritu, virtud que le hará disponible hasta la muerte. Su cometido es la salvación de la humanidad y en este empeño no escatimará ni esfuerzos, ni tiempo, ni personas. Precisamente Él irá eligiendo ese grupo de grupo de personas que le acompañarán. No buscará perfectos, sino hombres dóciles que se dejen moldear por sus enseñanzas y admirar por sus signos. Serán muchos, hombres y mujeres, los que le acompañen en este empeño misionero.

            La catequesis, tal y como la vivimos en nuestras parroquias, parte después de unos años de bautismo, pero esta habrá de estar inspirada en la manera de proceder de nuestros primeros hermanos en la fe. La inspiración catecumenal de la catequesis proporciona un itinerario de fe, que parte de la “no fe” (increencia) y que nos lleva a la “fe” (credo).  Este itinerario espiritual precisa de mediadores que lo acompañen, guías que nos acompañen en el camino del Señor.

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