
Con el presente título pretendo ayudarles en este retiro a caer en la cuenta de algo tan importante que se ha de dar en nuestra vida cristiana: la integración entre la fe y la vida. Un binomio que no nos resulta fácil conjugar, sin embargo es el centro de toda la espiritualidad cristiana, el deseo más hondo del Señor es: “que os améis unos a otros como yo os he amado”, o lo que es lo mismo, que decir que el amor a Dios se demuestra en el amor al prójimo, pues, ¿cómo amar a Dios al que no veo sino amo a los de Dios a los que sí veo? O, también, expresándolo de otra manera, nuestra fe requiere de obras.
Por lo tanto, decir que “En la Iglesia entramos para adorar y salimos para servir” es vivir sencilla y llanamente todo la potencia de la Eucaristía. No sé si el ejemplo de la pila, al que diariamente nos referimos nos puede ayudar. Ya saben que cualquier ejemplo, en lo que toca a la fe, a la religión y especialmente a Dios, siempre va a ser un ejemplo imperfecto. Jesús ponía ejemplos, comparaciones, parábolas para explicar lo que era el Reino de Dios, para darse a conocer Él mismo. Es muy difícil poder llegar a dilucidar la verdad del Misterio de Dios. Al menos nos vamos a aproximar.
Muchas veces decimos: me voy de vacaciones para cargar las pilas, incluso en la vida espiritual también nos expresamos así, hacemos un retiro, unos ejercicios espirituales, etc. y decimos esto mismo, con lo que metafóricamente estamos queriendo decir que necesitamos también enchufarnos al Señor, porque Él nos da la fuerza, la vitalidad, el deseo, la alegría, la fe, etc. para afrontar la vida como “Dios manda”. Necesitamos muchas veces, y también en muchos ámbitos, desconectar, para recuperar algo que con el tiempo se deteriora, pierde calidad, etc. Y en la misma vida, esa fuerza, vitalidad, etc. la vamos desgastando. Por eso, conviene, de vez en cuando enchufarse a una experiencia de este tipo.
Entonces podríamos hablar que en nuestra vida como cristianos tenemos experiencias puntuales, explícitas de estar con Dios, como puede ser: la adoración, la oración, la contemplación, la meditación, la lectura espiritual, las celebraciones litúrgicas, especialmente la Eucaristía, etc. y hay otras en la que no, como por ejemplo: el trabajo, la relación vecinal, el estar en la playa, el ir a la compra, las tareas del hogar, los programas de la TV, etc. Sin embargo, una buena relación con Dios ayuda a encajar esos otros factores con los que nos encontramos en la vida. Por eso entrar en la Iglesia para adorar, para recargarse del Señor, implica desgastarse en el servicio de los demás, en todos los ámbitos de nuestra persona. Por eso, no hay como compartimentos estancos, donde nosotros podamos decir con mayor claridad aquí está el Señor y allí no, y sino recordemos a Santa Teresa de Jesús, cuyo V centenario de su nacimiento estamos celebrando, que decía, porque lo vivía: “al Señor le podemos encontrar entre los pucheros”. Hoy el cristiano, necesita hacer de su vida una contemplación, en la que sin querer vaya descubriendo el sentido del discernimiento que le ayude a revitalizar la fe, encontrar el sentido de la adoración, no solo como momento extraordinario de paz interior y presencia de Dios, sino también, como escucha de la Palabra de Dios que me dice cuál es su voluntad para moverme en la vida en una dirección o en otra, en un servicio o en otro.