Un nuevo tiempo litúrgico acabamos de comenzar, la Cuaresma. La imposición de la ceniza, tras el carnaval, nos sitúa en la parrilla de salida hacia la Pascua. La operación salida ha sido tranquila y sin incidentes graves que señalar, bueno siempre hay prisas de última hora, desgana, resistencias, etc. pero todo dentro de la normalidad.
Se nos anuncia un tiempo nuevo en el que el comienzo es muy importante pues nos predispone, nos ayuda a crear una expectativa y a tener el corazón y la mirada en el final del camino: la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida.
Las señales son muy claras: ayuno, limosna y oración; es decir, valoro lo que tengo, comparto lo que necesito y todo ello lo contrasto con el Señor.
Todos los creyentes estamos llamados a recorrer este camino. El camino está claro, es el mismo camino que recorrió el Señor, especialmente en el último momento de su vida. Es la hora del “ven y sígueme”. Por ello es oportuna la contemplación y la implicación. Es el tiempo de la identificación con Cristo, doloroso y quebrantado –primero- para después gustarlo resucitado. En este itinerario no convienen los atajos, sino que más vale rodear que mal pasar; los pasos son los que son y ni uno solo se debe saltar. La contemplación de la cruz, hoy y siempre, nos llena de esperanza; los méritos no son nuestros sino de nuestro Señor Jesucristo que fue a la cruz para nuestra salvación.
La cuaresma desde el punto de vista de la catequesis siempre ha sido un tiempo muy rico, es el tiempo de la preparación más inmediata para aquellos que en la Vigilia Pascual recibirán los sacramentos de la Iniciación cristiana. Los ya iniciados, y en solidaridad con aquellos, podemos vivirla como renovación bautismal y el Bautismo recibimos el perdón de los pecados, para todos una llamada muy fuerte a la conversión. Aprovechemos el viaje y abrochémonos el cinturón.
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