A puntito, ya estamos, de comenzar la Semana Santa. El Domingo de Ramos, sumario de lo que será esta semana tan especial para los cristianos, con él inauguraremos este tiempo.
Dado que es época de vacaciones,
para muchos niños será un domingo clave para participar. Quizá sea el único
domingo que se hagan presentes en nuestras asambleas.
El Domingo de Ramos celebramos que
Jesús, a lomos de una borriquilla, se nos muestra como un rey humilde, el rey
de la paz. Ese es nuestro Rey y Señor, corazón de Jesús que palpita en el Sagrario
y que desde allí irradia eso mismo: humildad y paz, alegría y entusiasmo, oración,
vida y trabajo, sacrificio por amor, fuerza para la misión. Los niños, con sus
palmas, nos recuerdan a los niños hebreos que aclamaban a Jesús a su llegada a
Jerusalén con cánticos y mucha emoción.
Contradictoriamente, bueno la vida está
llena de contradicciones, varapalos, pues, en el mismo lugar en el que, digámoslo
con una expresión actual, le hacen la “ola”, allí le juzgarán, le condenarán a
muerte e, incluso, le matarán. El odio, la envidia, el desorden moral llevará a
Jesús a la muerte ayer pero también hoy. Este tiempo, es clave para descubrir
que hay en nuestra vida que participa en esto, pues no es solo cosa de otros.
La cuaresma estamos viviendo como tiempo para la conversión, es decir, para liberarnos
del pecado: aquello que nos separa del amor de Dios y del amor a los de Dios.
Jueves, Viernes y Sábado Santo, son
días para gustar despacio, saboreando todos los signos y expresiones que la
liturgia nos ofrecerá. Todos ellos: mesa, jofaina, lavar los pies, de rodillas,
hora santa, adoración de la cruz, larga oración de los fieles, tomar pan del
que sobró, silencio, aroma a incienso, imágenes, procesiones en las calles,
rostros que pasan,… días para la contemplación del Señor que sufre por mí.
La Resurrección da a sentido a
nuestra vida, pues como dice San Pablo: “si Jesucristo no hubiera resucitado,
vana sería nuestra esperanza”.
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