martes, 8 de marzo de 2022

UCRANIA


El nº 26 de la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de San Pablo VI dice: “No es superfluo recordarlo: evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo”. Por tanto, evangelizar es mucho más que anunciar el Evangelio con palabras, sino que desde la Luz de la Palabra de Dios, significa un actuar con hechos. Resulta fácil recordar a este respecto otras palabras del mismo santo: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos». 

            En el Antiguo Testamento, concretamente en el libro del profeta Isaías (58, 6-7) se hace especial énfasis sobre el ayuno; Dios habla a su pueblo sobre un ayuno consistente en prácticas concretas y directas; la justicia, la libertad a los oprimidos, acoger al inmigrante, etc. son algunos de los retos para quienes nos llamamos cristianos. Realmente el verdadero ayuno del que habla el profeta y del que está convencida la Iglesia ha de ser constante y coherente con las necesidades de quienes frecuentemente sus derechos humanos son violados. Y debe ser permanente, porque la movilidad humana es cotidiana, las actuales vejaciones especialmente contra el pueblo de Ucrania no cesan, la inobservancia de un mínimo código ético acordado entre las partes, como “corredores humanitarios”, no se cumple y se juega con la vida de los inocentes.

La situación dramática que está viviendo el pueblo ucraniano en este momento nos puede recordar a la lucha de David contra Goliat (1Sam 17, 32-51). David venció al gigante con la ayuda de Dios. Y Dios nos puede ayudar en este momento también de prueba, y lo puede hacer -como tantas veces- a través de todas las armas que nos ofrece la religión cristiana, especialmente en el tiempo de la cuaresma: el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno que Dios quiere ya hemos podido leer en Isaías: acoger al refugiado, para ello tendremos que abrir no solo nuestros corazones, sino también nuestras casas, nuestras obras, como hemos hecho y hacemos, para acoger a aquellos que lo necesiten porque ellos también representan el Cuerpo de Cristo. También gestos oportunos de entrega: de bienes, como ya estaremos haciendo, pero también de darnos, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos, y dando un paso al frente en el voluntariado, aunque sea desde la oración. Orar, contrastar con Dios nuestro quehacer porque Él nos habla y nos muestra el camino de la Salvación.

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