En alguna de estas columnas, incluso antes de que existiera la covid19, hablé de “contagiar”: contagiamos lo que tenemos, como por ejemplo, la gripe. Sin embargo, en aquel momento la metáfora la tomaba para expresar el deseo de contagiar la fe: si tenemos fe, la podemos contagiar. En estos tiempos que corren da reparo hablar de “contagios”, pues aún siguen siendo la noticia triste con la que se abre cada noticiario.
Hoy, la esperanza mundial la tenemos puesta en las vacunas. “La vacuna es una preparación destinada a generar inmunidad adquirida contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos”. En esta ocasión, sírvame la metáfora “vacuna” para hablar de esperanza.
La primera comunidad cristiana, la que va germinando tras la Resurrección, tal y como podemos apreciar en los textos bíblicos de La Pesca Milagrosa (Jn 21, 1-14) o de Los Discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), no manifiesta demasiado la esperanza; viven aún de lo acaecido en el pasado y con el ánimo muy bajo.
El tiempo de la Pascua, como el del Espíritu, es clave en la Iglesia: pues Jesucristo vive y vive para siempre. “…Y si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido” (1Cor 15, 14). Ciertamente el Año Litúrgico nos ayuda a revivir los misterios de la vida de Cristo, pero la gran verdad es que Jesús es el “camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
Y a nivel espiritual la Cuaresma pretende crear un sujeto apto para la vacuna. También a todo el género humano, y a nivel global, le acecha el virus de la maldad, del pecado, en todas sus variantes y cepas. Dios, nuestro mejor doctor, nos ofrece el antídoto espiritual para salir de este escenario postrante. Consiste en revisar nuestra vida a la Luz de la Palabra; iluminar nuestros bajos fondos, por sutiles que sean. Sentirse incómodos en esa situación y desear cambiar.
La Vigilia Pascual, en cada una de sus partes, nos ofrece el “escenario” perfecto para presentarnos y testificar nuestra conversión: la Luz de Cristo ilumina en su justa medida nuestra vida, esa Luz es quien nos habla a través de su Palabra, así pues tenemos la ocasión de renunciar públicamente al mal y adherirnos al Dios de la Vida, al final la Común-unión formalizará nuestra nueva condición: ser inmunes al pecado, pero siendo muy conscientes de que el virus sigue estando ahí.
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