sábado, 13 de junio de 2020

JESÚS EN LA EUCARISTÍA


            La presencia real de Jesucristo la encontramos en la Eucaristía, tanto fuera como dentro de la Santa Misa. La imposición de las manos del sacerdote en el momento de la consagración y la invocación del Espíritu Santo (epíclesis) hacen posible este milagro. Como los discípulos de Emaús, podremos reconocer a Jesús el Señor realmente en el partir del pan (cf. Lc 24, 35). El Señor se nos da, también, como alimento que sacia nuestra hambre de Dios. Y, al mismo tiempo, nos estimula para que compartamos el “pan nuestro de cada día” (Mt 6, 11) con los que no lo tienen.
            Jesús en la Eucaristía se nos da en un cacho de pan que compartimos con más gente. Ese trozo de pan es una miga, una pequeña porción de lo que configura el Cuerpo de Cristo, que también es la Iglesia. La Iglesia nos inicia para la recepción de este Sacramento de Unidad por medio de la catequesis que recibimos en primer lugar de nuestros padres, nuestros catequistas, los ministros de la Iglesia y la Comunidad cristiana. La clase de religión nos servirá como apoyo de todo esto.
            Comulgar, también de forma espiritual, nos permite estar muy unidos a Jesús en la Eucaristía. Precisamente la catequesis dirige hacia la comunión y la intimidad con Cristo (cf. DGC 80). Por esta razón, antes de comulgar nos habremos de preparar y si algo en nuestra conciencia nos lo impide podremos subsanarlo a través del sacramento de la reconciliación, donde Jesús también está para perdonarnos realmente nuestros pecados.
            En el Sagrario nos encontramos esta presencia de Jesús de una forma permanente. Nos lo advierte la pequeña lámpara siempre encendida. Hacia Él dirigimos nuestra oración cuando estamos en el templo, a Él le llevamos todas nuestras necesidades, así como nuestra oblación y ofrenda al Padre por medio del Espíritu Santo. El Sagrario y la exposición del Santísimo invita a la adoración: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10-11).
            La espiritualidad cristiana ha desembocado la devoción a Jesús en la Eucaristía en el símbolo del Corazón. Este Corazón traspasado por la lanza en el momento de la Crucifixión nos invita a intimar con la humanidad de Dios. Cristo atravesado por el Amor, entrega generosamente su vida en rescate de las nuestras. Su vida y la nuestra pueden vivir siempre unidas, por la Comunión.

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