Después de concluida la
celebración de la Pascua con la Solemnidad de Pentecostés, retomamos el Tiempo
Litúrgico que llamamos “Ordinario”. Tres Domingos blancos (Santísima Trinidad, Corpus
Christi y Jesucristo, Rey del Universo) en medio del habitual verde. Todos
estos Domingos exponen al cristiano, de una forma más explícita, concreta, el
Misterio del Dios de Jesucristo, que también es el “Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob”, “que no es un Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,
32).
Y, ¿quién es Dios? Menuda pregunta, ¿verdad? Pues
hablamos mucho de Dios, incluso lo hacemos en su nombre, pero cuesta describir
quién es Dios. Podemos saber muchos de sus atributos (eterno, inmutable,
omnipresente, omnisciente, omnipotente), también podemos expresar que es: Amor,
Justicia, Verdad, Sabiduría, Santo. Y siempre nos quedaremos cortos, pues es un
Misterio que es imposible poder acotar, pues no se puede meter el contenido del
océano en un cubo de agua.
Los artículos del Símbolo de la Fe, también, nos
describen el Dios que asume la Iglesia: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el
Credo tenemos muchos datos que nos hablan de Dios. Los cristianos, a partir de
la respuesta afirmativa a las renuncias y promesas bautismales, debemos asumir
el Credo para ser Iglesia.
A lo largo de casi veinte siglos son muchos los que han
profundizado en el ser de Dios, especialmente aquellos hombres y mujeres que se
dedican al estudio de la Teología. Pero Jesús pregunta a sus discípulos:
“¿Quién dice la gente que soy yo?” (Mt 16, 13). Una vez oída las respuestas,
Jesús les pregunta concretamente a ellos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?” (Mt 16, 15). Y la respuesta que le dan, también, es de manual de teología:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
¿Quién es Dios para mí? Cada uno debemos responder a esta
pregunta. No se trata de dar una respuesta de Catecismo, Padre, Hijo y
Espíritu Santo; tres personas y un solo Dios verdadero. Tampoco tiene que ser
una respuesta romántica: Dios es Super. Se nos está pidiendo una respuesta
personal a este Dios que es Persona. Me uno a Benedicto XVI que en su encíclica
Dios es Amor expresó que no se trata de una idea, sino de Alguien. Dios
está dentro de mí, con Él me puedo relacionar, la relación con Él solo me puede
llevar a una sana relación con los demás. Esta relación de Amor me invita a
imitarle tal y como lo percibo en el Evangelio, secundando sus palabras y
hechos. También su Presencia la descubro en la naturaleza, en medio de la
Creación (Laudato Si’), y también soy invitado a cuidarla pues Dios nos la
regala para gozar de ella. Dios se me manifiesta, a través de su Espíritu en la
escucha de la Palabra de Dios, en los sacramentos, en la interpretación de los
signos de los tiempos, en la misma comunidad. Y, especialmente, le percibo en
los detalles más pequeños de cada día, esos que me emocionan, que me vuelcan el
corazón, me interpelan, ahí le reconozco más que en los gritos, pues en el
huracán, en el terremoto no está el Señor (cf. 1Re 19, 11). Cuesta encontrarle
en medio de la pandemia que vivimos, de la miseria, de la burocracia, de la
guerra, el hambre, del paro, la enfermedad, etc. También a San Ignacio de
Loyola le pareció que la “divinidad se escondía” en el momento de la Cruz, pero
como Mel Gibson reconozco que llora en el momento de la Cruz, y siento que en
su Cruz está su Gloria.
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