En primer lugar, quiero enviar un abrazo muy fuerte para
todos, pues este tiempo de resistencia y de lucha, anima a que más que nunca
estemos cerca y nos apoyemos mucho los unos a los otros.
Porque
precisamente la lectura del Libro de los Hechos del Apóstoles que
escuchamos el pasado Domingo de la Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, muy
en línea con lo que también describe la Carta a Diogneto, los cristianos
fuimos enviados por nuestro comportamiento. Aquellas palabras se escribieron en
tiempos en los que también las puertas andaban cerradas y, lo estaban por
miedo. La Palabra de Dios es viva y eficaz, ilumina la vida de quien la lee y
la escucha con la misma inspiración con la que fue escrita.
Pero
estamos en tiempo de aplausos, de reconocer públicamente la acción de los
demás. Ya era hora que esto fuera así, y que lo que nos moviera fuera entresacar
las cosas buenas que realizan los demás, y más, cuando son en provecho propio.
La
Iglesia, como es lógico y normal, no invita al proselitismo, es decir, a ganar
seguidores para su causa. El Señor que inspiró la fundación de la Iglesia es
más del “que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda” (Mt 6, 3).
Sin
embargo, me gustaría salirme del guión, e invitaros a un aplauso interior, como
seguro que ya lo estamos haciendo. Solo hace falta tener un poco de
sensibilidad y mucho de objetividad para este reconocimiento. Amigos demos un
aplauso por la evangelización. Sí, esta es nuestra finalidad como creyentes en
el Resucitado, propagar la Buena Noticia de la Salvación.
Aquí
nuestro aplauso por los papás que continúan responsablemente con la educación
de la fe de sus hijos y alimentan la de toda la familia, dando un hueco en la
distribución del día o de la semana a la celebración del Domingo, día del Señor.
También para los catequistas, muy queridos míos y a los que les envío un abrazo
muy fuerte, que continúan haciendo posible la misión evangelizadora de la Iglesia,
como saben y como pueden, por tierra, mar y aire. Un aplauso para los
profesores que continúan su misión de profundizar en el Misterio de Dios haciéndoselo
llegar a sus alumnos, con constancia, tomando nota de la pedagogía de Jesús Maestro.
Y, qué decir, de ese acompañamiento desde el COF para las parejas en confinamiento,
dando pistas para el amor. Y la vida religiosa, y esas monjas, así como tantas
personas voluntarias, haciendo mascarillas y epis, enviando un mensaje
de servicio al mundo desde el Amor. Y la obra social de la Iglesia, a través de
la caridad, habilitando espacios, como nuestro Seminario, para la acogida de
los más vulnerables y recordándonos que la Caridad ni la Iglesia están cerradas,
sino abiertas. Un aplauso para los ministros ordenados que se las ingenian cada
día, con creatividad y celo apostólico, para hacernos llegar lo mejor que tienen:
la Eucaristía. Acompañando a los enfermos en los hospitales, a las familias -en
su mínima expresión- en el momento del duelo, del entierro de un familiar en los
cementerios. Gracias a los medios de comunicación social que siempre sois altavoz,
pero ahora más que nunca, para expresar la última hora. Y, muchas gracias, a
los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, porque por vuestra perseverancia conoceréis
al Dios del Amor.
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