viernes, 11 de octubre de 2019

Grandes modelos del catequista - San José de Calabaza

S. José de Calasanz *  (1556-1648)
Modelo de catequistas y educadores de la fe
   
     Este santo aragonés de Peralta de la Sal marchó a Roma apenas fue ordenado sacerdote para crecer es dignidad ante el mundo y terminó allí creciendo en heroica caridad ante Dios, por sus actos de catequista parroquial, de caridad con los más abandonados Por su amor a los niños pobres de Roma organizó un Instituto de escuelas piadosas ( escolapios se llamaron sus centros ) y se extendió pronto por todo el mundo.

     Fundador de los “Clérigos regulares de la Madre de Dios y de las Escuelas Pías”  (Escolapios) en 1617. Tenía entonces ya 60 años cuando comenzó su aventura pedagógica. La tradición dice que de niño oyó una voz que le decía: “Mira, José, a ti se ha confiado el pobre; tú serás el amparo de los huérfanos”. Ese ideal inspiró los pasos de toda su vida espiritual, apostólica y social. Desde el momento en que comprendió que ayudar a los necesitados era más impor­tante que los beneficios eclesiásticos, abandonó sus primeros deseos humanos y comenzó su vida de sacrificio y santidad.

Había nacido en 1556 en Peralta de la Sal, Huesca, en humilde familia de artesanos. Estudió Filosofía y Artes en la ciudad de Lérida. Se hizo Bachiller y de 1572 a 1575 estudió ambos Dere­chos. Ordenado sacerdote actuó como párroco de  Ortoneda y de Claverol.  En 1591 renunció a su beneficio eclesiásti­co, con el fin de dedi­carse más plenamente al ministerio pastoral que le resultaba más conforme con su espíritu. En este año se doctoró en Teolo­gía.
En Febrero de 1592 llegó a Roma. Prote­gido por el Carde­nal Marco Antonio Colo­nna, en cuyo palacio prestaba diversos servicios, se afilió a la “Con­gregación de la Doctrina Cristiana” y se dedicó los domingos a la en­se­ñanza cate­quística en las parroquias. En 1596, en la sacristía de Sta. Dorotea, en el Trastevere, centró sus actividades ca­tequísti­cas y ese año concibió la idea de crear unas es­cue­las más estables.
     En 1600 perfiló ya su orientación preferente a los pobres. Abrió una escuela gra­tuita con varios com­pañeros. Se asoció a la “Con­grega­ción de la Madre de Dios”, fun­dada por Juan Leonar­di, pero se separó pron­to  para fundar sus propias escuelas. Clemente VIII le animó a conti­nuar las escuelas, que se fueron extendien­do por la ciudad de Roma; promovió una socie­dad sin votos, la cual se consolidó entre sus primeros cola­bora­do­res. En ocho años llegó a juntar unos 80 maes­tros, de los que sólo cinco quedarán fieles más tarde.


   En 1614 Paulo V entregó sus escuelas romanas a estos “Clérigos de la Madre de Dios” y les en­cargó de la educación en toda Roma. En 1617 por indicación de Paulo V organizó como “Congregación” pro­pia, a los maestros y sacerdotes relacionados con las escuelas, bajo el nombre de “Clérigos Regu­lares de la Madre de Dios de las Escue­las Pías”. Vistió con ellos el Hábito que adoptaron como distintivo. 
 En  1621 Gregorio XV, con la Bula “In supremus apostolatus solio”, reconoció su obra como Orden religiosa de votos solemnes. El mismo Papa, con el Breve “Sacri Apostolatus ministerio” aprobó las Constituciones.
   En  1640 las escuelas y los miembros se habían multiplicado. Eran 40 obras, 500 los religio­sos, había más de 70 Novicios. Se incre­mentaron las disensiones por las dife­ren­cias entre los Padres y los Hermanos tonsurados, pero no ordenados, para que su dedicación escolar fuera más eficaz.  El eco que suscitaron sus primeras “escuelas de piedad” fue enorme y los beneficios de su obra fueron patentes. Por eso encontró excelentes apoyos, pero también el sello de las obras divinas, que es la persecución. 

    Pero ni le halagaron los apoyos ni le desanimaron las incomprensiones. Com­prendió que era Dios mismo el que le destinaba a remediar el vacío cultural de la gente humilde y se entregó con denuedo a socorrer a todos aquellos niños que se corrompían en la ignorancia en el mismo centro de la cristian­dad.

     Y como sucede en todas las obras grandes y acontece a todos los héroes, la persecu­ción y la incomprensión se cruzaron en su vida. Sin miedo a perder prestigio, defendió el derecho de los pobres a educarse y el valor singular de la cultura para la redención social. Y quien supo trabajar toda su existen­cia por la infancia abandonada y por el bien de las almas, no podía morir sin el sabor amargo de la cruz. 

     Toda la obra de su vida, sus escuelas y sus comunidades, quedaron destruidas poco antes de su muerte por la incomprensión de espíritus intrigantes y miopes.  En  1642, el 8 de Agosto, era acusado por uno de los suyo de incapaz. Fue dete­nido y procesado.    En 1648, el 25 de Agosto, falleció en Roma a los 92 años, a­nunciando la restauración pronto de su obra como Orden religiosa, profecía que se cumplió años después.  Sus restos reposan en la Iglesia de San Pantaleón (Roma). Pero murió profetizando que su obra seria restaurada al poco tiempo

 Asi fue y los Escolapios  volvieron a multiplicarse por toda la Iglesia atendiendo a los pobres y empleando su métodos pedagógicos y catequísticos que se resumen en tres principios: amar a los pobres, preferencia por los más problemáticos, tener como programa ante todo el Evangelio.

¡ Qué hermoso ejemplo para los catequistas de las parroquias, de las escuelas y de los grupos cristianos que se sienten enviado por Jesús y por la Iglesia a realizar su labor de mensajeros y de animadores!

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