Dios, que existe desde siempre, miraba la faz de la Tierra y veía como los que la habitaban estaban abocados al mal, ellos que son familia (Padre, hijo y Espíritu Santo) se dijeron: hagamos redención del género humano, que la segunda persona de la Santísima Trinidad descienda y se encarne (Cf. “Contemplación de la Encarnación”, en San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espiriutales, 101-109).
Así desciende, no de lugares, sino desciende, acercándose al hombre donde se encuentra (incluso en las periferias), haciéndose cuerpo con él, abajándose, arrollidándose, sirviéndonos.
Yahvé había hecho muchas alianzas con el ser humano y todas ellas se iban rompiendo; la historia es un retal cosido de jirones de aciertos y desaciertos.
Encarnándose el Hijo en la persona de María, una mujer Virgen nazarena, siempre nueva y abierta a la novedad, sin prejuicios, obediente a la Palabra del Señor. Dios sabía de quién se fiaba, a quién elegía.
Jesús el Señornació y vivió en el seno de una familia judía. Muchos años son los que no sabemos de Jesús, su vida oculta, todos tenemos vida privada, aunque algunos comercian con ella en la prensa rosa. Más de treinta años sin saber nada de Jesús. Tras el Bautismo comienza el anuncio del Reino y la exposición del Mensaje, apoyado con hechos, realmente su quehacer, su Misión, a lo que había venido.
Su estilo rechinaba en la religión de aquel tiempo, y eso le llevó a la persecución y a una muerte de cruz. Pero el Señor triunfó, la vida usurpó lugar a la muerte por el pecado, y resucitando nos regaló aún más vida. Se apareció a las gentes con las que había compartido proyecto, se hizo el encontradizo en medio de sus quehaceres. Después se marchó, retornó a la situación de la que procedía, es decir, junto al Padre y el Espíritu, realmente siempre han sido uno. Y como dice la plegaria eucarística del Domingo de la Ascensión no se fue para desentenderse de la humanidad, sino que nos dejó su Espíritu y como herencia la Iglesia, es decir poder continuar su proyecto. Nosotros ahora somos los responsables de la misión evangelizadora de la Iglesia por el Espíritu que Dios nos ha dejado tras su partida. Este realmente es el mensaje que ha de calar en la catequesis (kerigma).
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