Por fin llegamos a nuestro destino: Jesucristo, nuestra Pascua, ha resucitado. Mereció la pena andar este duro camino, como la vida misma, para llegar
hasta aquí y encontrarnos como comunidad cristiana que celebra con alegría que Jesús,
el Hijo de María, ha resucitado. La Iglesia se
llena de gozo porque la vida ha vencido a la muerte y la esperanza llena la faz
de la tierra y hace todas las cosas nuevas.
Precisamente
esa es ahora la señal: la alegría, además de la fe, la esperanza, la caridad
que nos hará estar más cerca los unos de los otros, que nos ayudará a ponernos
en el lugar del otro, en muchas ocasiones habremos de ver el rostro del Señor
en los crucificados de este tiempo, habremos de ver el Señor cada vez que nos
crucifiquen o que sintamos el peso de la cruz.
Es
el tiempo de la fe y de las obras, de la confianza y del compromiso, no nos
resistamos a la Resurrección del Señor, no paremos el reloj de la historia, en
palabras del Papa Francisco a los jóvenes: nos encontramos en “el ahora de
Dios”. La Historia de la Salvación comenzó hace muchísimo y en la noche de la
Pascua nosotros la recogemos ampliamente, agradecidos de que Dios se haya hecho
presente en todos los momentos de nuestra vida, no en unos momentos más que en
otros, no solo cuando las cosas nos sonríen o parece que nos van bien, no en la
Pascua menos que en la Semana Santa.
Por
favor, no busquemos a Cristo en el sepulcro, que no
permanezca su persona como muerta en nosotros, busquemos al que es Camino, Verdad y Vida en medio de los que vivimos. Alegrémonos
porque esto es así, no nos dé miedo esta nueva situación; Cristo no es un
fantasma, es nuestro Dios y hombre verdadero, que el Padre lo ha resucitado de
entre los muertos. Resurrección a la que nosotros estamos llamados, por eso,
por favor, vivamos nuestra fe y alimentémosla constantemente: orando, hablando
con el Señor como un amigo habla con otro amigo, enseñando a orar a vuestros
hijos, es más, orando con ellos, participando de la Eucaristía más que oyendo
Misa, animando con nuestra alegría y nuestra presencia a otros a optar por la
fe en el Señor y su Iglesia, celebrando los sacramentos, viviendo como Dios
manda.
Demos
cuenta de lo que hemos visto y oído, con alegría, con profundidad, con certeza.
En el encuentro del Resucitado con sus discípulos, con las mujeres, con
seguridad, también con su Madre, nos manifiesta su paz, no hay porqué tener ya
miedo y nos indica un legado: id y anunciad, el Reino de Dios que Él nos proclama cada
Domingo en el Evangelio.
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