jueves, 24 de enero de 2019

FORMACIÓN DE CATEQUISTAS



            Hasta hace unos años nuestra diócesis contaba con una Escuela de Fo
rmación de Catequistas por arciprestazgo, y eso que había más arciprestazgos que en este momento. Gracias a Dios, aún quedan algunas escuelas. El sentido de la formación del catequista es fundamental e imprescindible para nuestra misión como catequistas. Nosotros muchas veces estamos anhelando formación, así lo recogemos en muchos encuentros que tenemos, pero “del dicho al hecho, hay un trecho”. Nos cuesta salir de nuestro ambiente y el Papa nos pide que seamos catequistas “en salida”. Salgamos de nuestra rutina y del “más de lo mismo” para encender el corazón en el Amor a Jesús para que desde ese fuego podamos encender otros corazones y vidas que pululan por la vida sin destino o, como se dice tanto ahora, sin acompañamiento.
Hace poco oí a un catequista decir “necesitamos la formación como el comer”, es verdad, y la necesitamos a nivel integral: ser, saber y saber hacer. Pero quizá sepamos muchas cosas, pero nos cuesta darlas vida. Quizá nos centremos mucho en el hacer y en el cómo entretener, en el programar, en el distribuir tareas y en el organizar, y nos falte el apasionar, el comunicar al resto de los miembros de nuestras comunidades que ellos también son responsables de la Iniciación cristiana de los catecúmenos (“En comunidad nos iniciamos y perseveramos en la fe”); sentirnos corresponsables en la misión evangelizadora de la Iglesia. Quizá queramos abarcar todo el tema y resulta que notamos que aprenden poco, y es que los niños se quedarán, especialmente, con el trato que les hayamos dado y con aquellas vivencias, tan nuestras, que les hayamos contado.
            Los catequistas debemos esforzarnos en hacer más atrayente la catequesis y la vida de la Iglesia, para que los que se acercan a nuestras parroquias no solo se lleven una buena acogida sino especialmente una gran impresión, en el sentido de grabar (impresión) la vida de Jesús el Señor y su amor por Él. Que como ocurría con los primeros cristianos: cuando nos vean los demás quieran ser como nosotros, porque nuestra vida-en-Dios seduce y anima.

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