jueves, 18 de octubre de 2018

"EN COMUNIDAD NOS INICIAMOS Y PERSEVERAMOS EN LA FE"

Este es el lema que nos centra este año en la Programación Pastoral Diocesana. 
            La Comunidad es la Iglesia. Todos nosotros formamos parte de la Iglesia Católica, nota que significa la universalidad de la que formamos parte por el hecho de estar bautizados. La Iglesia no sabe de fronteras, es como el Espíritu que como el viento se hace presente donde hay un solo cristiano o más.
            La Comunidad es el Cuerpo de Cristo en el que Jesús es la Cabeza y nosotros, los bautizados, somos sus miembros. La Iglesia, en este sentido, realiza la comunión, pues todos estamos llamados a realizar la misión evangelizadora, cada uno desde su estado (laico, sacerdote o religioso) y vocación. Todos somos necesarios.
            La Comunidad se concreta espacios más pequeños, locales o particulares, que ayudan en la realización de su fin: evangelizar. Las diócesis son como “dosis” de la Iglesia Madre, las parroquias como “células” del Cuerpo de Cristo. Además, pueden existir otras parcelas donde sentir, igualmente, este ser comunidad: vida religiosa, asociación de fieles, colegios, cofradías, etc. Todos al servicio (Iglesia como diaconía) del Señor y de los hombres, siendo testigos (Iglesia como martiría) del Señor, especialmente en la celebración de los misterios (Iglesia como liturgia) del Señor.
            En esa Comunidad es donde los cristianos nos Iniciamos en la fe cristiana y progresamos en ella ayudados de las distintas mediaciones que la Iglesia, Pueblo de Dios, nos ofrece. En este sentido cabe señalar de forma particular a los padres, parte muy importante en el proceso inicial pero también en la perseverancia o conservación de esos fundamentos que se ofrecen a la altura de los niños o de los adolescentes. Sin el estímulo, motivación, apoyo y acompañamiento de ellos, principales responsables de la educación en la fe de sus hijos, no será posible la perseverancia, como vemos desgraciadamente en multitud de casos.
            Los catequistas, en muchas ocasiones, se encuentran solos ante el combate y se les deja a ellos toda la responsabilidad de la educación cristiana de los más pequeños de la comunidad. Por eso son tan valiosos y precisan seguir formándose para estar a la altura de tantas situaciones e itinerarios. La Iglesia necesita catequistas ilusionados y enamorados del Señor, pues –como nos transmite la campaña del Domund de este año- solo el amor puede cambiar. Esos catequistas habrán de surgir y sentir la llamada urgente en medio de nuestras comunidades, especialmente del sector más joven de nuestra Iglesia.

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