
Conviene destacar que el hecho de que estos hombres y mujeres retengan tanta sabiduría, se debe al ejercicio de la memoria y a la práctica de lo aprendido. La memoria nos ha ayudado a retener la sabiduría que nos transmite, por ejemplo, la Sagrada Escritura, así como tantas tradiciones que los pueblos conservan y que la mayoría convergen en la religión cristiana.
Hoy, en el atardecer de su vida, nos testimonian: cuando transmiten la fe a sus nietos, porque ven que a veces los padres han declinado en esta responsabilidad, cuando se les visita en sus hogares porque ellos ya no pueden acercarse a los templos y reciben con magnífica devoción al Señor en la Eucaristía y otros sacramentos, por no decir las palabras de aliento y esperanza con que acogen al Señor cada vez que se presenta el ministro de la Sagrada Eucaristía en su hogar, residencia u hospital. Acogen el Misterio con fe, con alegría, con agradecimiento, etc.
Los mayores son depositarios de innumerables valores para nuestra sociedad. Muchos siguen siendo catequistas y realizan tareas de servicio y responsabilidad en la comunidad cristiana. Además, son constantes en la oración y frecuentan los sacramentos, por ello son imprescindibles en la misión evangelizadora de la Iglesia, pues en ella todos somos necesarios.
Ahora nosotros decimos que estamos en un cambio de época, y el campo de la evangelización es terreno de misión. Aprendamos de nuestros mayores, escuchémoslos, aprendamos de ellos e intentemos imitar todo lo bueno que ellos guardan en su corazón. La satisfacción del Padre reside en ver a todos sus hijos unidos y percibiendo con cuanto amor se quieren porque Él está en medio bendiciéndonos y consolándonos.
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