viernes, 20 de octubre de 2017

ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Hoy en día en la Iglesia se habla mucho del “acompañamiento espiritual”, parece como si fuera una novedad, sin embargo, es aún más viejo que la pana.
            No me quisiera remontar mucho en el tiempo porque ya se sabe que “quien mucho abarca, poco aprieta”, o como decía el maestro espiritual por antonomasia, San Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, “no el mucho saber harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente”.
            En el Antiguo Testamento, los patriarcas fueron guías para un pueblo que caminaba en busca de una tierra, en búsqueda de la voluntad de Dios, su esperanza y liberación. Este es el objetivo más importante del compañero/a espiritual: guiar, dirigir, liberar, etc.
            Jesús, el Maestro, acompañó a dos discípulos camino de Emaús, les aclaró su situación y les ayudó a convertir su tristeza en profunda alegría. Así, también, San Pablo, con sus deseos de evangelizar y propagar el Evangelio, fue conociendo mucha gente, y fue dejando responsabilidad en algunos miembros de las comunidades por él fundadas, y así les acompañó desde la distancia con sus exhortaciones epistolares.

            A lo largo de la historia de la Iglesia han sido muchos los que han acompañado y se han dejado acompañar. Por tanto, un guía espiritual deberá ser una persona cercana, muy cercana a Dios, que ayude, desde su experiencia espiritual -que le avala como referente entre los demás- a caminar en el camino o en el proceso de conversión de las personas que Dios pone en sus manos. Precisamente, aquí se enclava la misión del catequista en cuanto que recibe la encomienda de la Iglesia de acompañar el proceso de un nuevo cristiano en el camino de la Iniciación cristiana. El catequista, hombre y mujer de oración, que encomienda su misión al Señor y a Él le habla de esos niños, y a esos niños les muestra a ese Dios con el que tanto él o ella hablan. Pues la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la atención y conocimiento de quién tengo delante, etc. nos abren los ojos para acompañar por la senda a los hijos de Dios que desean amar a Jesús el Señor y ser testigos de Él en medio del mundo.

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