En
plena estación de verano los catequistas descansan de la labor catequizadora
que realizan a lo largo del curso pastoral. El tiempo estival cunde para mucho
y estoy seguro que nuestros agentes de pastoral sabrán reponerse para afrontar
fuerzas y emprender en unos meses su misión encomiable en la Iglesia.
La
comunidad cristiana necesita a los catequistas, esos hombres y mujeres que
–muchas veces- participan en “mil y una realidad” de la dinámica diaria de
nuestras parroquias. ¿Por qué? pues porque escuchan el Evangelio de cada día,
lo asimilan, lo intentan “reflectir” en su propia vida y esto les hace dóciles
y muy disponibles. Esta actitud les acredita para estar en la primera línea de
la evangelización, para ser nuestros evangelizadores más inmediatos, ministros
al servicio de la Palabra de Dios.
Un
catequista no se desprende de la bata cuando parece termina su trabajo, como en
otros tipos de profesiones. No realizamos una función sino una misión y por
ello estamos revestidos de la librea de Cristo con la que desarrollamos la
tarea encomendada por el Señor en todo tiempo y lugar; ya sea con los niños de
su grupo, o, también con su propia familia. El pueblo de Dios mira a los
catequistas como referentes, con autoridad moral dentro de la Iglesia.
La Iglesia necesita
catequistas con mucho celo y ardor misionero, enamorados del Señor y con el
deseo único de hacer lo que Él nos diga (cf. Jn 2, 5). Nuestras comunidades cristianas
habrán de ser semillero de vocaciones, donde brote la llamada de Dios al
ministerio de la catequesis. Nuestro mundo precisa hombres y mujeres,
catequistas, que armados de fe puedan combatir al enemigo que no descansa:
pereza, soberbia, tristeza, animadversión, indiferencia, etc. Catequistas, al
menos de corazón joven, y con deseos de formación; no amedrentados y preparados
para la batalla hoy. Ejercitados en la relación personal con Dios, oración; el
trato con Él permitirá que cada vez seamos más Él y menos nosotros (cf. Jn 3,
30), pues el Señor desea que –también por mediación nuestra- todos se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1Tim 2, 4).
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