En el centro de la vida de un
cristiano, como no podría ser de otra manera, tenemos una Persona: Jesús el Señor. La palabra “cristiano”
viene a significar el seguimiento de una persona a Cristo. En el Bautismo hemos
recibido la Gracia del Espíritu Santo que nos concedido la dignidad cristiana y
con él nuestros padres asumieron la responsabilidad de iniciarnos en este
camino. Ahí el Señor sembró la Semilla en nuestra tierra, pero Él después se
sirve de mediaciones para hacerla germinar: familia, parroquia y escuela.
Este año, durante el mes de junio,
los cristianos estamos llamados a revivir momentos intensos:
- Pentecostés es el envío del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles. Es el inicio
de la Iglesia en cuanto tal, fundada por Jesús. La Iglesia, Cuerpo de Cristo,
ha recibido la misión –a través de sus pastores (“…Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia…” – Mt 16, 18)- de la evangelización del mundo a
través de la transmisión del kerigma, el servicio a la caridad y
–especialmente- la celebración del Misterio de nuestra Fe. Estamos llamados a
vivir en Comunidad; recibimos la fe de forma personal y la expresamos junto a
otros.
- El Domingo de la Santísima
Trinidad, solemnidad que nos habla de Dios, Padre-Madre, en quien se
encierra un Gran Misterio, que podremos desentrañar en la medida que nos
acerquemos a Él. Dios “nos sondea y nos conoce” (Sal 139); y nosotros, ¿le
conocemos a Él? Pidamos “conocerle por dentro, para más amarle y seguirle” (San
Ignacio de Loyola).
- Corpus Christi,
solemnidad con la que los cristianos expresamos que la Eucaristía es “la fuente
y el culmen” (LG 11) de nuestra vida. Principalmente durante ese día expresamos
a Dios nuestro afecto y arraigo a su Corazón, expresado en la Vida que nos da
en el símbolo de su Cuerpo y su Sangre. Adoramos al Señor y es por ello que
manifestamos públicamente por las calles de nuestros pueblos y ciudad nuestro
honor y gloria a Él.
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