La cuaresma es como una carrera y al
final de ella nos espera el Señor con los brazos abiertos, como en la cruz,
para acogernos, abrazarnos, para expresar su Amor por nosotros.
Siguiendo este símil
deportivo, podríamos decir que el primer día nos inscribimos, nos dan un dorsal
y con él hacemos público nuestro deseo de participar y de estar en esa carrera.
Ese signo -que nos identifica- es la ceniza, que depositada sobre nuestras
cabezas nos compromete a participar en la carrera. A ella no vamos a mirar, a
ver qué pasa, a sacar fotos. La ceniza nos delata como cristianos en medio de
una sociedad que rehúye e incluso nosotros cristianos a veces nos cuesta
reconocernos y preferimos pasar desapercibidos. La cuaresma nos urge a un
cambio de mentalidad: ser consecuentes con lo que somos. Hoy más que nunca
hemos de señalarnos, etiquetarnos como cristianos.
Esta carrera se
recorre durante cuarenta días; finaliza en los días previos a la Pascua. No
tiene una ruta definida. Se puede recorrer desde cualquier sitio, y en
cualquier momento, incluso en el descanso. Como todas las carreras, requiere
esfuerzo, personas preparadas, entrenadas. En ella participamos los cristianos,
no hay edad; es para todos.
Ciertamente también
requiere esfuerzo y sacrificio. Nuestro avituallamiento será el ayuno, la limosna y la oración.
Actitudes que nos aportarán el complejo vitamínico necesario para este
itinerario de vida espiritual. Los textos evangélicos, junto con el resto de la
Palabra de Dios, de los distintos domingos nos aportarán la inspiración: Tentaciones de Jesús en el desierto, Transfiguración del Señor en el monte
Tabor, La Samaritana, El ciego de nacimiento, La resurrección de Lázaro y la Lectura de la Pasión y Muerte del Señor
el Domingo de Ramos.
Este año la cuaresma
se corresponde con el ciclo A, el cual nos ofrece pistas preciosas para la
edificación del catecúmeno o para realizar una catequesis de inspiración
catecumenal.
Nos encontraremos en
la carrera, vayamos junto a Jesús camino de la Cruz.
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