martes, 22 de noviembre de 2016

LA INICIACIÓN CRISTIANA COMO UN CAMINO


           La Iniciación cristiana es como un camino en el que se van recorriendo diferentes etapas, la primera de todas comienza con la simpatía. Generalmente, serán los padres, y también, los padrinos, los que deberán contagiar el deseo de que sus hijos o ahijados sean cristianos. Ellos transmitirán, agarrados a las mediaciones que la Iglesia les ofrece, la fe que ellos mismos también recibieron, y que se encargan de recargar diariamente. Padres y padrinos tienen la responsabilidad en el acompañamiento espiritual de los iniciados a la fe.

Sin embargo, la primera etapa “oficial” por la que un cristiano es, comienza con la celebración del Bautismo, puerta de entrada en la Iglesia. A partir de aquí iniciamos un camino que concluirá con la recepción del sacramento de la Eucaristía en la celebración del sacramento de la Confirmación, tal y como está dispuesto en nuestra diócesis.

La Iniciación cristiana nos brinda la posibilidad de vivir cada etapa (simpatía, primer anuncio, despertar religioso, catequesis, etc.) sin tener que estar pensando en el final del itinerario catequético. 

Por tanto, la Iniciación cristiana nos ofrece la oportunidad de vivir la experiencia de la fe con los apoyos, como ya he dicho, que nos ofrece la Iglesia. En este sentido serán los padres los principales responsables de la educación de sus hijos, también de la fe. Tendrán que ser capaces de hacer presente en la familia a Jesús el Señor y desde esa Presencia, poder ser testigos de su amor en medio del mundo.

Evidentemente todo ello requiere mucho esfuerzo personal para caminar y dejar huellas (“footprints”), pues las etapas no siempre son llanas, sino escarpadas, no siempre el paisaje es tan bonito, no siempre hace el mejor tiempo, etc. Sin embargo, como el peregrino que hace el camino y se ve envuelto por él, el que anhela ser cristiano se siente acompañado por el Peregrino que le acompaña en su caminar. Y esto hasta tal punto, que en el mismo camino, se realiza una conversión interior de tal magnitud en el que parezcan nuevas todas las cosas.

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