Saludo a la Diócesis de Valladolid
¡Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo! que me concede una nueva efusión del Espíritu Santo para ser, como dice el Papa Francisco un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Atendiendo a su llamada y siguiendo su ejemplo, me ofrezco para servir en esta la Iglesia particular de Valladolid de la que me llama y a la que me envía para ayudar a su Arzobispo, nuestro querido Cardenal Blázquez.
A D. Ricardo
Blázquez, Cardenal Arzobispo de Valladolid, deseo manifestarle desde el primer
momento mi afecto sincero y el propósito de trabajar para ofrecerle la ayuda
que ha solicitado al Santo Padre, pidiendo un obispo auxiliar para la
Archidiócesis. Él me distinguió con su confianza nombrándome vicario general
hace 5 años y, ahora, la Iglesia me pone a su lado en el ministerio episcopal para
servir bajo su pastoreo a esta porción del santo pueblo fiel de Dios que
peregrina en Valladolid. Sé que voy a
encontrar en D. Ricardo la cercanía y orientación que como obispo novel preciso.
Unido a D.
Ricardo saludo con afecto y respeto a toda la Diócesis, a los presbíteros y
diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las parroquias,
movimientos, comunidades y asociaciones, hermandades y cofradías, y de manera
especial en estos días, a todas las familias cristianas, que viven “la alegría
del amor” en medio de sus gozos y dificultades. Juntos recibimos la llamada a ser
discípulos-misioneros, cada uno descubrimos nuestro lugar en torno a la mesa
eucarística para desde ella obedecer al envío del Señor y anunciar su
misericordia. Espero, con la gracia de Dios, alentar la vocación de cada uno y
servir a la comunión de todos para proponer la presencia y el amor de Dios a
nuestros conciudadanos.
Saludo, también,
con respeto a las autoridades civiles de la Comunidad Autónoma de Castilla y
León, de la Provincia y de la Ciudad de Valladolid y a la ciudadanía que ellos
representan. La amistad civil es imprescindible para la consecución del bien
común. La Iglesia ofrece el don del que es depositaria para vincular la amistad
en nuestra convivencia y trabajar por una sociedad en la que la dignidad de
cada uno, la justicia y el bien común resplandezcan. Uniré mis trabajos a los
de la Iglesia de Valladolid, presidida por D. Ricardo, para hacer realidad
esta aspiración que compartimos.
El colegio
episcopal es universal, por eso deseo hacer partícipes al pueblo de Dios y la
sociedad vallisoletana de la común solicitud por otros pueblos y otras gentes,
especialmente quienes sufren el empobrecimiento injusto, la violencia y
persecución en tantos lugares de la tierra. En estos días el Papa con su visita
a la isla de Lesbos, la puerta de
entrada más importante de inmigrantes y refugiados a Europa, y la
colecta en favor de Ucrania, nos recuerda una vez más el don y la llamada
exigente del orar juntos “Padre Nuestro”.
Es justo
volver la mirada al camino recorrido. A esta Iglesia de Valladolid le debo casi
todo. Bautismo e iniciación cristiana los recibí en el seno de mi queridísima
familia en las Parroquias de Meneses y Villerías de Campos de Palencia. Pero en
Valladolid, en el Colegio de Lourdes y en el Colegio Mayor la Salle, maduré en
la fe y conocí la anchura de la Iglesia.
La relación con diversas parroquias, San Ildefonso, San Andrés, San
Mateo, con sus presbíteros y laicos, el
trabajo en Cáritas y Justicia y Paz, los viajes a Taizé, la relación con la
Iglesia en Castilla, aun antes de ordenarme, con la gracia de participar en los
ejercicios de Villagarcía, la participación en el aula “Malagón-Rovirosa” del
MCC y tantos testimonios y encuentros con creyentes vallisoletanos y de otros
lugares, fueron abriendo mi corazón a la
llamada al ministerio sacerdotal que sentí de manera irrechazable en la Pascua
de 1983 en Bujedo.
El Seminario
Diocesano ha sido desde entonces mi casa, primero como alumno y durante 25 años
como presbítero formador. Mi recuerdo emocionado se dirige hoy a D. José
Delicado, quien me ordenó y me dio múltiples testimonios de bondad y buen hacer
pastoral. En estos años he sido testigo de la ordenación de casi setenta nuevos
presbíteros y de los diáconos permanentes de manos de D. José y de D. Braulio
Rodríguez, a quien recuerdo y agradezco su confianza y aliento, y ya por D.
Ricardo en estos últimos años. He vivido la singular emoción de imponer las
manos en el rito de ordenación a un sobrino. He visitado la gran mayoría de las
parroquias de la Diócesis, en algunas como las de Portillo, Matapozuelos y
Ventosa sustituyendo durante meses a sus párrocos enfermos. El trabajo
compartido en la Región me ha regalado amigos y pasión apostólica.
Ahora he sido
llamado para ser enviado de nuevo a esta querida Diócesis como Obispo auxiliar.
Quiero encomendarme al Cristo de la Salud y a nuestra Madre, en sus advocaciones
del Tovar y de San Lorenzo, y os pido que, en estos días en los que he de
prepararme para la ordenación episcopal digáis conmigo: “Veni lumen cordium”
para que sea un pastor según el Corazón de Jesús.
Luis
J. Argüello García, Obispo electo Auxiliar de Valladolid y Titular de Ipagro
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