María visita a Isabel. Son primas. María quiere ir junto a Isabel con el deseo de ayudarle, pero también para comunicarle lo que le ocurre. Quizá María misma esté desbordada por la misión que Dios le encomienda. Es una niña, aún no tiene datos suficientes para creer; solo el asombro del mensaje, así como la fe que le ha sido transmitida a través de sus padres: Joaquín y Ana.
Quizá le asombre que Dios se haya fijado en ella: “¿quién soy yo para Dios?”. Siente la indignidad. Ninguno de nosotros hemos hecho méritos para que Dios se haya fijado en nosotros.
Ella, aún asustada, por el asombro de tan misteriosa presencia, se pone en camino con una fe un tanto incipiente, pero que está llamada concebir, y a dar a luz.
El camino le sirvió para dar una y mil vueltas el anuncio del ángel. Especialmente pensando en las consecuencias que tendría para ella su sí. Estar embarazada sin estar casada. Esto hasta hace nada era motivo de escándalo. Era motivo de repudio.
María tiene el deseo de hacer la voluntad del Padre y confía; tiene fe, y ella misma es portadora de la fe.
Se dirige hacia la esterilidad que Dios también ha fecundado. Nosotros, también, muchas veces tenemos delante un campo por desbrozar. Un campo con deseos de meter el arado, pero que muchas veces nos da pereza incluso acercarnos a él. Un campo que puede quedar eternamente estéril por falta de labradores que se esfuercen en dar vida, en confiar en que las cosas son posibles cuando Dios está por medio.
María no es una espontánea. No camina por su propia fuerza de voluntad, conforme a lo que ella va intuyendo. ¡No! Ella es enviada. Esa es su misión, que ejecuta con responsabilidad a la Palabra recibida y de la que ella es depositaria.
María sale de su propio “amor, querer e interés”, para ser mediadora de la gracia. Está atenta a los acontecimientos, lo va a estar a lo largo de su vida, no le van a pasar desapercibidos. Ella sabe que solo es mediación, como Juan es voz; pero que a quien hay que esperar, acoger y recibir es al Hijo.
Su soledad es una soledad habitada, capaz de cantar todo lo que ella va meditando en su interior.
Y qué bonito es, que el encuentro se a través de un abrazo sincero. Necesitamos los abrazos, la acogida de la Iglesia a todos los hombres; los abrazos sinceros: físicos o no físicos, son todos ellos muy terapéuticos.
Creer en Dios es muy importante porque es disponerse con Amor a lo que Dios quiera de cada uno de nosotros. Creer en Dios ha de ser un motivo de esperanza.
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