Ciertamente
nuestra sociedad civil se rige bastante por el curso escolar: septiembre viene
a ser el mes del comienzo y junio el final. Las vacaciones de los niños
condicionan en cierta medida la vida de sus padres, y estos han de encajar sus
obligaciones con el tiempo libre de sus hijos.
Este
paréntesis estival también le afecta a la vida parroquial, que verá reducida el
número de sus actividades pastorales, así como el número de fieles en
participar en la Eucaristía Dominical. Las familias que se hacían más presentes
mientras que los niños estaban en catequesis, en el mejor de los casos tan solo
cambiarán de aires, pero en el peor, darán vacaciones a Dios.
Los
cristianos católicos tenemos un calendario de referencia en el que no hay
vacaciones para el seguimiento del Señor, lo cual no quiere decir que no
tengamos derecho a disfrutar de unos días de descanso. Si nosotros nos vamos,
Jesús se va con nosotros, porque vive –también- dentro de nosotros.
Nuestro
calendario es litúrgico y es cíclico, nunca se acaba, comienza en las vísperas del primer domingo de adviento
para volver a empezar en el adviento. Adviento nos prepara para la Navidad y
Cuaresma para la Pascua y entre tanto vivimos un tiempo ordinario, en el que
saboreamos la vida pública de Jesús, y nuestra vida cotidiana la contrastamos a
la luz del Evangelio donde se nos narra la vida de Jesús.
Es triste
que nuestras catequesis a veces se vean un poco empobrecidas por la falta de
participación en los momentos más fuertes de la vida de un cristiano: Navidad y
Pascua.
Ojalá
podamos descubrir la buena y estrecha relación que habrá de haber entre la familia,
la parroquia y la escuela; pues desde cada una de ellas podremos “invertir” en
nuestra fe que nos hace más felices. A estas tres plataformas evangelizadoras
les corresponde suplir todas las carencias que hoy en día encontramos en
nuestra sociedad.
Allí donde estemos llevemos a Cristo,
demos testimonio alegre de nuestra fe en Jesucristo vivo y presente en nuestro
mundo.
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