En muchas de nuestras parroquias y colegios celebramos el mes de mayo con una ofrenda floral a la Virgen. Sabemos que las flores naturales se marchitan y que es mucho más importante lo que representan, eso es imperecedero: la ilusión con que se entregan, el sentimiento con que se presentan, las peticiones, acciones de gracias, los propósitos para la vida, las palabras y oraciones que se le dedican, los besos que se le tiran, etc. María todo ello lo recibe con gratitud.
Si ella es, probablemente, la primera que se encuentra con el Resucitado, nosotros queremos contemplar esa experiencia. Los catequistas contemplando a María descubrimos nuestra identidad más profunda. De ella aprendemos a vivir nuestra vocación como catequistas. Ella que fue la primera catequista es modelo para los catequistas. En ella aprendemos la dedicación total y exclusiva a Dios y su causa. María es la mujer de la mirada compasiva. Es la madre que contempla el mundo con ternura y descubre las necesidades ocultas de las personas que la rodean. Ella, la del servicio pronto y diligente, que hace presente la acción eficaz y salvadora de su Hijo antes de darlo a luz, nos recuerda que la misión del catequista es hacer presente a Dios con nuestra propia vida, con nuestros hechos, pues es esto lo que da valor a las palabras y hace creíble nuestro anuncio.
Entre nosotros catequistas os incluimos a vosotros padres que, como María, sois los primeros catequistas de vuestros hijos. Os animamos a que como la Virgen seáis iniciadores en la fe de vuestros hijos. Igual que les enseñáis las primeras palabras, enseñadles a rezar con palabras sencillas y que tengan que ver con la vida cotidiana, enseñadles oraciones formales que les ayuden a sentirse desde pequeños hijos de Dios, hermanos unos de otros.
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