“Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (…) Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo’” (n. 10).
El día 3 de mayo tuvimos los catequistas de Iglesia en Castilla nuestro encuentro regional. En esta ocasión se desarrollo en dos lugares próximos: La Aguilera y Aranda de Duero. Sobra decir que dicho encuentro fue muy bien preparado por la diócesis, los catequistas, de la diócesis de Burgos.
El día siguió el desarrollo de nuestro lema que cita parte del número 10 de la encíclica del Papa Francisco: La alegría del Evangelio. En el que se nos sugiere el estilo alegre de la transmisión del Evangelio, pues desde la alegría de la Resurrección lo recibimos con esa misma alegría debe ser transmitido, sino queremos ser fieles al gran Depósito que hemos recibido.
La mañana comenzó con un encuentro con las religiosas de Iesu Communio, nuevo instituto religioso fundado para la evangelización de los jóvenes, en La Aguilera, monasterio contiguo al Santuario y sepulcro de San Pedro Regalado.
Casi 200 hermanas forman parte de esta joven comunidad. Algunas de entre ellas nos dieron testimonio alegre de su fe, así como algunos de los 400 catequistas de toda la Región del Duero que allí nos encontramos. Los cristianos necesitamos tener espacios para transmitir la fe: "Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca" (Lc 6, 46). Tanto las hermanas como los catequistas quedaron impactados por tal comunión de bienes.
Ciertamente, el Señor realiza grandes cosas de nuestra pequeñez si somos dóciles. Pudimos escuchar testimonios de la llamada del Señor desde la pequeñez, aludiendo a esos niños/as que algunas veces en nuestras catequistas son más movidos, inquietos,... aquellos niños/as que podemos pensar que son imposibles para recibir el Evangelio.
La mañana continuo con la comida, siempre generosa, como los catequistas lo son para la Iglesia y el mundo.
La alegría fue lo que predominó en todo momento. En la Eucaristía descansamos y escuchamos la Palabra, especialmente en este III Domingo de Pascua la gran catequesis de Jesús en el Evangelio de los discípulos de Emaús (Lc 24, 36-49). Ahora los catequistas como aquellos discípulos, como las mujeres, como otros discípulos y testigos, tienen el compromiso de ir a sus lugares de origen, a sus comunidades, y anunciar que Jesús está vivo, que ha resucitado. Aleluia. Aleluia.
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