sábado, 1 de febrero de 2014

Primer Anuncio en un funeral

A propósito de la muerte de ..., me gustaría hablarles del Dios sensible, del Dios que se puede sentir, aunque no le veamos pero que está ahí. Es Alguien que vive dentro de nosotros, no es cuestión de ir tras Él, está dentro de nosotros, somos parte de Él, de su cuerpo, le importamos más de lo que nosotros pensamos.
            A lo largo de estos días, desde que supe la noticia de ....., su situación terminal, he tenido un sentimiento constante; he percibido de manera muy fuerte la presencia del Dios sensible del que les estoy hablando, de Aquél que hace tanto por ti y por mí. Nunca sabremos hasta qué punto, pero esto es así.
            Ustedes podrán pensar que es una apreciación personal y muy subjetiva; es verdad, con este prejuicio parto, pero los hechos ocurridos no solo ahora, sino desde hace ya tiempo me hacen pensar así.
            Muchos de nosotros seguimos mirando al cielo con la esperanza de que allí estén las soluciones a todas nuestras preguntas, a todos nuestros problemas. Miramos esperando ver una manifestación mágica de la presencia de Dios que nos ayude a corroborar la fe que nos han transmitido (nuestros padres, en la parroquia, en la escuela) desde siempre, necesitamos una prueba evidente que revele más que lo que nos revela Jesucristo ya a través de su Palabra. Si seguimos pensando, sintiendo así, esperando que allí esté el final de todos nuestros males, todas las respuestas a nuestras preguntas, seguiremos viviendo como engañados –porque los sentidos a veces nos engañan- puesto que hemos podido hacer –sin querer- un Dios a nuestra medida, a nuestra imagen, acomodado a nuestras necesidades.

            Dios es sensible con el sufrimiento humano y ni se aparta ni abandona, está –ciertamente- desde el silencio acompañando, sufriendo, consolando. Pero ojo, lo hace a través de sus miembros que le permiten: ver, oír, tocar, oler y gustar. Esos miembros, parte de Él mismo, somos todos nosotros.
En esta línea podríamos decir que la vida de los hijos no se identifica por ser hijos y ya está, recibirlo todo de los padres y ya está. El crecimiento de los hijos va llevando a una madurez no solo de sus personas sino, también, de la relación que mantienen con sus padres. Esa relación requiere “toma y daca”: corresponsabilidad a la filiación, al sentirse hijos, al amar y ser amados.
La relación de Dios contigo, hijo de Dios, pasa por la corresponsabilidad en relación a su Amor. Aunque, ciertamente Él nos ama por encima de si nosotros le amamos. Dios no es como un niño que se enfada si no se le ajunta. Pero nosotros al no amarlo no lo reconocemos. En las personas que sí lo aman, se aprecia, se siente esta clave de la que les hablo que es manifestación de Dios, porque viven de forma desprendida y aceptando lo que el Señor les dé, en este caso, a través de una madre a la que se le ha sentido en muchos momentos muy fuerte, pero que en los últimos momentos parecía más débil.
Y Dios ha estado ahí, cuando cualquiera de nosotros le hemos escuchado, le hemos mostrado atención, le hemos hecho participar en nuestras conversaciones y en nuestro hogar, en nuestro tiempo libre. Para .... la parroquia ha sido un lugar no solo de refugio, sino de reconocimiento de la presencia de Dios, de alegría, de fortaleza, de esperanza, de silencio, un lugar donde se ha sentido acogida y escuchada.
El Dios del que les hablo no es el “dios desconocido”, fabricado por encargo, de madera o de acero, el Dios del que les hablo es el “Dios de Jesucristo”, nuestro Dios, en quien creemos. No es un dios de peanas sino que está entre nosotros. Dios es abierto, y no cerrado, es un Dios que abraza, llora, consuela, es ternura, es comprensión; dedica todo su tiempo a nosotros y nosotros, ¿cuánto le dedicamos a Él?
Ciertamente puede resultarnos desconocido, pero no porque use mil un disfraces, porque sea huidizo, tímido, y no se deje abordar; sino porque su presencia es real y porque ella muchas veces no nos gusta, por eso nos cuesta reconocerle, admitirle entre nosotros; preferimos seguir andar por nuestra vía, aunque esta muchas veces conduzca a una vía sin salida, a una vía muerta.
Este sentir a Dios nos ha de dar un sentido común. Es decir, caer en la cuenta en algún momento de nuestra vida, no esperemos mucho tiempo porque pasará el tiempo, y pasará por nosotros esta corta vida, para preguntarnos sinceramente por el sentido de nuestra vida. Qué es lo que merece la pena y lucharé por ello, qué no merece la pena y lo consideraré basura.
            Son momentos estos muy tristes, profundamente tristes, pero desde la fe, solo se pueden vivir con alegría, porque me atrevo a asegurar que para ..... –al final- su vida sí ha tenido sentido porque ha estado rodeada del amor de sus seres queridos, y en medio de ello estaba el Señor amándola y amándonos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario