Hoy es el día de la Epifanía, el día en el
que reconocemos que el Señor se ha manifestado. Verdaderamente Dios se ha
manifestado y ¡cómo se ha manifestado!
Durante todo el tiempo del Adviento, los
cristianos de todo el mundo nos hemos querido preparar para este magnífico hecho
que sabíamos, de antemano, que se iba a dar. Sabíamos, por otras veces, por la
primera vez: cómo acontece y dónde acontece, quiénes informan, cuáles son los
signos, las señales, los personajes, los diálogos de unos y de otros; los que
están a favor, y los que están en contra, los que esperan al niño para adorarlo
y los que intentan descubrir la forma de eliminarlo. Sabemos quiénes son los
primeros en enterarse y hasta de dónde nos llegan, de todas partes. Sabemos que
acontece fuera de la ciudad, fuera de las murallas, en el margen de lo marcado
por la sociedad. Pero, por favor, por saberlo todo, de toda la vida, dejemos
hueco para la esperanza, pues también sabemos que se puede vivir dentro de uno
mismo, en nuestro propio corazón; y esto es lo que perdura hoy, de un modo
nuevo cada año, a cada momento. Navidad: ayer, hoy y siempre.
Hoy Dios en un niño ha vuelto a nacer, y hoy
vuelvo a tener otra oportunidad de ponerme a sus pies, para adorarlo, es decir,
para reconocer paradójicamente que en tan grande pequeñez está la inmensidad
del Amor de Dios. Ha nacido por mí y por ti. Esta es la gran noticia: Dios nace
en medio de un mundo que sigue -a veces- sin reconocer este único y sencillo mensaje.
Seguimos imbuidos en el materialismo, del oro, el incienso y la mirra, y Él lo
que mejor recibe es pasión, entrega, amor, servicio, ternura, paz, justicia,
escucha, sensibilidad, donación, hechos,…
Ciertamente podemos encontrarle en todas las
partes porque el Señor se ha querido encarnar en nuestro mundo, en nuestra
propia historia, en nuestra propia persona, y también en la del que tenemos al
lado. Encarnar quiere decir nacer en ti, nacer en mí, en un contexto, como
puede ser el nuestro, el de nuestra familia, nuestro pueblo, nuestro mundo,
nuestro trabajo, nuestra parroquia,… Así lo ha querido Él, y lo ha hecho por ti
y por mí. Y miremos cómo es este mundo en el que hoy el Señor se manifiesta. No
lo miremos para demonizar, para decir lo mal que está todo y cómo podría mejorar
si… No lo miremos así porque si Dios ha querido nacer aquí y así es porque
desea salvarte, a ti y a mí, en este mundo, en esta realidad. Pero tampoco
seamos tan ingenuos como para no darnos cuenta de lo que hay. Miremos las
personas, por dónde se mueven, qué sienten, qué piensan, cómo miran, cómo
hablan, cuáles son sus principales intereses, si van o si vienen, o si ni se
sabe,…
Y escucha en medio del ruido de este mundo,
del cli cli cli de los teclados de
tantos aparatitos, las risas, las carcajadas, de este niño Dios que ríe porque está
alegre, pero que también llora porque es humano. Nos acompaña en todos los
momentos de nuestra vida, no solo cuando nuestro estado de ánimo está
pletórico, sino también cuando estamos plof.
Dios es siempre. No desaprovechemos la oportunidad que nos brinda de
reconocerle en la profundidad y no en la mediocridad.
El día en el que recogemos la foto de los
Magos en el pesebre, reconocemos los pasos que muchos van dando desde la
incredulidad a acercarse al Misterio que forman una sencilla familia en la que
el Señor ha querido nacer. En este momento, en el que ellos quedan transformados,
convertidos, por el camino duro, pero sobre todo por el mismo hecho que
contemplan delante de sus ojos: el Amor hecho hombre. El día en el que se
mezcla el olor a perfumes de reyes chinos o ingleses, olor a incienso, Dios
desea manifestarse a todos nosotros desde el olor a humanidad.
Queridos hermanos acojamos
esta escena y dejémonos interpelar por ella, si es así, acogeremos realmente,
tal y como fue, al Señor en nuestras vidas, dejaremos de buscar y rebuscar como
si fuera tiempo de rebajas. Miremos a María y a José, su mirada hacia el suelo
nos hará caer en la cuenta de que la vida no es sueño ni ilusión: Dios ha nacido.
Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario