martes, 18 de junio de 2013

XIIIº ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN PRESBITERAL

            Hoy es uno de esos días que en mi vida no puedo olvidar, es el aniversario de mi ordenación sacerdotal.
¿Cómo olvidar aquel domingo de la Santísima Trinidad, arropado por mi familia, mis amigos, antiguos alumnos de Miranda de Ebro, mis compañeros jesuitas y en la iglesia del Sagrado Corazón de los jesuitas en Valladolid, esa iglesia tan acogedora, la música, el cuidado de la liturgia en sí, aquella celebración eclesial presidida por su pastor: Don José Delicado? Cada rostro de cada una de aquellas personas eran Palabra de Dios para mí, al verles me hacían sentir seguro, alegre, confiado, animado a dar el paso que desde hacía tanto tiempo, desde la más tierna infancia, me había sentido llamado. Ciertamente había personas que faltaban, pero tengo la seguridad de la fe que nunca me han faltado, es más, a cada instante les siento más cerca de mí.
Después de trece años, que aunque parece mal número, para mí sigue siendo un tiempo muy bueno, sigo seguro en mi vocación. Totalmente de acuerdo que no depende solo de mí, pendiente de la voluntad de Dios, le digo al Señor cada día: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad, se Tú y no yo”. Los días, como para todos, son de muchos colores, pero con la gracia de Dios uno va caminando, a base de caídas y de volverse a levantar; voy andando detrás del Señor. Ciertamente los años parece que más que hacernos viejos y quitarnos el vigor, pues como al buen vino, con un buen cuidado personal, espiritual, uno va reposando, y puede dar mejor sabor.
Tengo que dar gracias al Señor porque en mi vida nunca he aspirado más que a estar cerca de Él, pidiéndole muchas veces, incluso por encima de lo que a uno le apetece o en contra del propio carácter, que me lleve a estar lo más cerca de los que Él ha puesto cerca de mí para cuidarlos como el Señor los cuidaría. En el fondo, acaso los sacerdotes, ¿no somos su prolongación? Es el deseo de la Iglesia llevar a todos al conocimiento de la verdad plena, Jesucristo el Señor “que por nosotros se ha hecho hombre para que más le amemos y le sigamos”.
            Nos encontramos en el Año de la Fe, un año de gracia, para dar tiempo a considerar como es nuestro trato con el Señor. Cuidar más las formas, pues lo que se ve muchas veces por fuera es lo que uno está viviendo por dentro. Dar tiempo a que el Señor posea la vida de un servidor para que sea Él y no yo. Un tiempo que nos llama a la Nueva Evangelización, y yo pienso desde mí, me ordené en el año 2000 y me decía a mí mismo: “soy sacerdote del 2000”, hoy me digo: “quiero ser sacerdote para la Nueva Evangelización”, es decir, que lleve a mis hermanos la alegría de la fe, que les transmita la alegría de la fe, con un nuevo ardor como nos decía el papa Benedicto XVI, arraigado y cimentado en Cristo el Señor para poder desde esa experiencia convencida, contagiar a otros la fe profunda, injertada.
            Y en este tiempo hay que mencionar claramente la importancia que está teniendo en mi vida el papa Francisco, en sus sencillas palabras de cada día, en sus homilías en Santa Marta, en la oración del ángelus en la plaza de San Pedro, en tantas y tantas intervenciones, en sus maneras, en su alegría, etc.,… voy entreviendo una espiritualidad propia del sacerdote (espiritualidad presbiteral) que me hace pensar cada día en mi propia condición sacerdotal. Nos dice: que tenemos que oler a oveja, pastores en medio de su rebaño y pescadores de hombres, que no seamos gestores sino mediadores y vayamos donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones, que seamos pastores y no funcionarios,… No son solo palabras para ser escuchadas y meditadas, son palabras que ofrecen, junto al Evangelio, una hoja de ruta para seguir. 
            María, ha sido siempre fundamental en mi vida, así como los santos, por ello le pido al Señor –y a mi gente que lo haga conmigo hoy- que haga de mi un pastor conforme al Corazón de Dios. Así sea.

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