Hoy
es uno de esos días que en mi vida no puedo olvidar, es el aniversario de mi
ordenación sacerdotal.
¿Cómo olvidar aquel
domingo de la Santísima Trinidad, arropado por mi familia, mis amigos, antiguos
alumnos de Miranda de Ebro, mis compañeros jesuitas y en la iglesia del Sagrado
Corazón de los jesuitas en Valladolid, esa iglesia tan acogedora, la música, el
cuidado de la liturgia en sí, aquella celebración eclesial presidida por su
pastor: Don José Delicado? Cada rostro de cada una de aquellas personas eran
Palabra de Dios para mí, al verles me hacían sentir seguro, alegre, confiado,
animado a dar el paso que desde hacía tanto tiempo, desde la más tierna
infancia, me había sentido llamado. Ciertamente había personas que faltaban,
pero tengo la seguridad de la fe que nunca me han faltado, es más, a cada
instante les siento más cerca de mí.
Después de trece
años, que aunque parece mal número, para mí sigue siendo un tiempo muy bueno,
sigo seguro en mi vocación. Totalmente de acuerdo que no depende solo de mí,
pendiente de la voluntad de Dios, le digo al Señor cada día: “Aquí estoy Señor
para hacer tu voluntad, se Tú y no yo”. Los días, como para todos, son de
muchos colores, pero con la gracia de Dios uno va caminando, a base de caídas y
de volverse a levantar; voy andando detrás del Señor. Ciertamente los años
parece que más que hacernos viejos y quitarnos el vigor, pues como al buen vino,
con un buen cuidado personal, espiritual, uno va reposando, y puede dar mejor
sabor.
Tengo que dar gracias
al Señor porque en mi vida nunca he aspirado más que a estar cerca de Él, pidiéndole
muchas veces, incluso por encima de lo que a uno le apetece o en contra del
propio carácter, que me lleve a estar lo más cerca de los que Él ha puesto
cerca de mí para cuidarlos como el Señor los cuidaría. En el fondo, acaso los
sacerdotes, ¿no somos su prolongación? Es el deseo de la Iglesia llevar a todos
al conocimiento de la verdad plena, Jesucristo el Señor “que por nosotros se ha
hecho hombre para que más le amemos y le sigamos”.
Nos
encontramos en el Año de la Fe, un año de gracia, para dar tiempo a considerar
como es nuestro trato con el Señor. Cuidar más las formas, pues lo que se ve
muchas veces por fuera es lo que uno está viviendo por dentro. Dar tiempo a que
el Señor posea la vida de un servidor para que sea Él y no yo. Un tiempo que
nos llama a la Nueva Evangelización, y yo pienso desde mí, me ordené en el año
2000 y me decía a mí mismo: “soy sacerdote del 2000”, hoy me digo: “quiero ser
sacerdote para la Nueva Evangelización”, es decir, que lleve a mis hermanos la
alegría de la fe, que les transmita la alegría de la fe, con un nuevo ardor
como nos decía el papa Benedicto XVI, arraigado y cimentado en Cristo el Señor
para poder desde esa experiencia convencida, contagiar a otros la fe profunda,
injertada.
Y
en este tiempo hay que mencionar claramente la importancia que está teniendo en
mi vida el papa Francisco, en sus sencillas palabras de cada día, en sus
homilías en Santa Marta, en la oración del ángelus en la plaza de San Pedro, en
tantas y tantas intervenciones, en sus maneras, en su alegría, etc.,… voy entreviendo
una espiritualidad propia del sacerdote (espiritualidad
presbiteral) que me hace pensar cada día en mi propia condición sacerdotal.
Nos dice: que tenemos que oler a oveja, pastores en medio de su rebaño y
pescadores de hombres, que no seamos gestores sino mediadores y vayamos donde
hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de
tantos malos patrones, que seamos pastores y no funcionarios,… No son solo
palabras para ser escuchadas y meditadas, son palabras que ofrecen, junto al
Evangelio, una hoja de ruta para seguir.
María,
ha sido siempre fundamental en mi vida, así como los santos, por ello le pido
al Señor –y a mi gente que lo haga conmigo hoy- que haga de mi un pastor
conforme al Corazón de Dios. Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario