Para contestar a esta pregunta me vuelvo a inspirar en Benedicto XVI que en su carta encíclica Dios es amor decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Al comienzo del proceso
de conversión que conduce a la fe, que es lo que llamamos comúnmente como
Iniciación cristiana, se encuentra la increencia de la persona, al final de
este itinerario se encuentro Jesucristo, el Hijo de Dios. El proceso que lleva
de la increencia del hijo a la creencia en el Hijo. La finalidad, propiamente
es la comunión con Cristo, y se sirve de la mediación del catecumenado o la
catequesis de inspiración catecumenal.
La mayor parte de las
veces la increencia no es voluntaria, sino es la premisa al momento de la edad
de la razón, cuando la persona va teniendo capacidad para eso, razonar. En
otras ocasiones, por las razones que sean, sí es una increencia voluntaria,
cuyo proceso de conversión suele ser más dinámico, en lo que respecta al
acompañamiento espiritual.
Lo cierto es, que tanto
en una increencia, digamos, “provisional” como en otra “voluntaria”, hay que
dar los pasos que el Espíritu vaya inspirando a cada persona, también a la
persona del acompañante. Se precisa, por tanto, una apertura del corazón para
que sea la voluntad de Dios y no nuestras necesidades las que pongan en
comunión a la creatura con su Creador.
En este sentido, y
contestando a la pregunta que encabeza esta columna hay que responder que el
anuncio que ha de provocar el deseo de iniciarse cristianamente deberá comenzar
por una simpatía por Cristo y una atracción por su Evangelio.
Muchas cosas en la vida
nos entran por los ojos. Sino hablemos con las personas que forman hoy
distintas parejas, cómo se conocieron, o a los estudiantes, cómo eligieron
tales estudios, o por qué se realizan tales aficiones, o por qué se elige tal
iglesia o tal otra, y qué decir de tal bar o tal tienda, etc. Siempre hay una
atracción primera, algo que te gusta y que te gustaría seguir disfrutando
porque te aporta en la vida. Pues igualmente, los catequistas debemos ser
personas que transmitamos vida interior, especialmente alegría interior, paz
interior, y que, incluso, nuestra relación con los demás catequistas, con el
resto de la comunidad, el cómo vivimos nuestra fe, nuestra actitud con el resto
de la sociedad, etc. aporte claridad en el discernimiento de ser o no ser
cristianos.
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