viernes, 9 de diciembre de 2022

MARÍA DEL ADVIENTO

 Hace pocos días celebrábamos una de las fiestas más entrañables del año, una solemnidad que es clave del tiempo de adviento: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. 

La historia de España nos narra como Carlos III, además de ser conocido como «el mejor alcalde de Madrid», fue el gran monarca inmaculista, destacando por su profunda devoción y defensa de la pureza de la Virgen María. A petición de las Cortes Generales españolas, el rey requirió a la Santa Sede que la Inmaculada Concepción de María fuera proclamada patrona universal de España y demás reinos de la monarquía (los de Hispanoamérica y Filipinas). Esta solicitud fue refrendada por el Papa Clemente XIII, en la bula Quantum ornamenti, del 25 de diciembre de 1760. Y días después, el 16 de enero de 1761, el rey firmó un decreto-ley titulado Universal Patronato de Nuestra Señora en la Inmaculada Concepción en todos los Reinos de España e Indias, por el que proclamaba patrona de todos sus reinos «a esta Señora en el misterio de su Inmaculada Concepción».

            La que fue elegida para ser Madre de Dios, María, es también prototipo y modelo de la identidad cristiana. La frescura que caracteriza siempre lo nuevo aporta una gran dosis de esperanza y alegría. Precisamente estas dos características, esperanza y alegría, estuvieron presentes en el mensaje con el que Gabriel anunció a María de Nazaret que iba a ser la elegida para la obra de la Encarnación. Si algo motiva el adviento es a la esperanza.

El adviento sería como una de tantas series que hoy podemos ver en las distintas plataformas digitales con dos temporadas, una la que se comprende desde las primeras vísperas del Primer Domingo de Adviento y que va hasta el 16 de diciembre, y nos anima a meditar sobre la venida final del Señor, tal y como rezamos en el Credo; y la otra sería como una octava previa a la Navidad en la que preparamos nuestro corazón para el recuerdo del Nacimiento del Señor. Encarnación y Nacimiento son dos momentos inseparables, complementarios. 

María aporta al catequista un modelo de fe. Habrá que ver a la Virgen en el primer banco de nuestras iglesias, quizá haya que bajarla de las alturas, pues Dios se ha fijado en la humildad de su sierva. Alguien habló de “María sin tacones pero de puntillas”: pendiente siempre de la Gracia de Dios. Veamos a María como portadora del Verbo de Dios, de la Palabra, ella anuncia, es transmisora de buenas noticias, y en primer lugar evangeliza a su prima Isabel y esta, también corresponde porque ya ha sido contagiada del Magnificat de Dios.