Jueves Santo, día para celebrar muchas realidades: institución de la Eucaristía
y el Sacerdocio, día de Caridad y del amor fraterno, día en que expresamos en
un gesto de amor y de servicio, el latir de la incipiente Iglesia.
Hoy contemplamos a Jesús
en torno a una mesa, rodeado de los Doce. Permitidme ver en esta cena de un
Maestro con sus discípulos, la última de un tiempo y la primera de otro tiempo,
más nuevo. Así se concluye una antigua alianza y comienza un nuevo tiempo en el
que Jesús nos expresa con hechos y palabras el sentido de este tiempo nuevo. En
toda la cena habrá detalles que persistan de lo vivido anteriormente, siempre
hay añoranzas, pero realmente Jesús nos aporta un estilo propio, en el que sus
discípulos tienen que estar a la altura. Los cristianos no somos circuncisos,
los cristianos vivimos el aire de Jesús que se instaura en este sacramento de
la Eucaristía y del sacerdocio que preside hoy, en el lugar de Jesús, aquella
misma celebración. Es más, en aquella cena podemos ver cómo comenzaba a latir
la Iglesia más incipiente, que también Cuerpo de Cristo, participa de lo que
Dios nos da, su Cuerpo y su Sangre, su Vida.
En este sentido la Eucaristía que hoy celebramos es
recuerdo de aquella, es más actualiza aquel momento y lo vivimos como que Jesús
está en medio de nosotros, nos parte el pan y lo reparte. Pero, por otra parte,
Jesús hace un signo muy novedoso, y es que –al modo de los criados- se pone a
lavar los pies a sus discípulos. Se los lava a todos, incluso a aquel que sabe
que le va a traicionar. En todo esto habremos de ver el modo y la manera de
nuestros actos, también, especialmente dentro de la celebración de la Santa
Misa. Dios no hace ninguna acepción de personas, de igual modo que el sol sale
para justos e injustos, Dios se parte el pecho por todos nosotros. Entonces,
¿cómo ha de ser nuestra acogida como comunidad cristiana, Cuerpo de Cristo?
También, en este signo como es el de lavar los pies,
Jesús nos marca un estilo, pues nos dice: “esto que yo he hecho con vosotros,
hacedlo vosotros unos con otros”. En el fondo también nos está mostrando un
estilo de ser sacerdotes, el Papa Francisco, por ejemplo, lo decía en la Misa Crismal de esta mañana en la
basílica de San Pedro, hablaba él de “sacerdotes callejeros”, exactamente lo
mismo que cuando se refería a nosotros como “con olor a oveja”. Sacerdotes para
los demás, que se hacen los encontradizos con la gente en medio de la calle, no
son huidizos ni se cortan al relacionarse con sus hermanos. Sacerdotes
cariñosos y alegres, contagiados de fe. Pues, mejor oler a oveja que no a
incienso. Es decir, el Papa Francisco nos recomienda salir a las periferias
existenciales, las que tienen que ver con el mundo de la marginación, más que
estar en la instalación, al calor del brasero de nuestras iglesias, esperando
siempre que la gente venga a nosotros. Precisamente, en aquella cena, que hoy
conmemoramos, se hace presente Jesús con un nuevo estilo de ejercitar el sacerdocio.
La Iglesia precisa de muchos y santos sacerdotes que presidan la comunidad y
celebren la Eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana”, pero habremos
de ser sacerdotes que al punto de la mañana se relacionan ya con Dios, pues
ello nos inspira el resto del día. Sacerdotes abiertos y en constante contacto
con la gente, acogedores, pues en nosotros se percibe la real acogida de la
verdadera Iglesia. Sacerdotes para la misericordia y el perdón. Sacerdotes que
miran hacia delante con esperanza y no añoran otros tiempos de bonetes y
roquetes. Sacerdotes de la caridad, que besan la miseria, acogen al pobre, pues
en él reconocen el rostro doliente de Cristo.
Queridos hermanos vivamos con alegría este tiempo de amor
y fidelidad. Que nos dejemos impresionar, como el paño de la Verónica, del
rostro sufriente de Cristo hoy, para que podamos ser en el mundo y en la
Iglesia fermento para la nueva evangelización.
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