La Cuaresma nos
invita a sintonizar con los sentimientos de Cristo, Dios y hombre verdadero, sintetizado
en una sola persona. Hay un ejercicio de piedad que es el Viacrucis en el que
los cristianos podemos acompañar a Cristo, de quien dijo Pilato: “Ecce Homo”
(Jn 19, 5: “¡He aquí al Hombre!”).
Hoy vivimos un poco
en la superficialidad y nuestros sentidos están copados de otras muchas cosas
que nos impiden ver la belleza que se nos muestra a través de la humanidad de Jesús el Señor. Hoy los medios de
comunicación social, las redes sociales, etc. llenan nuestro tiempo y espacio,
ganando mucha relación y comunicación virtual, pero en detrimento de la
relación personal que nos permite aplicar todos y cada uno de nuestros
sentidos: oler, gustar, tocar, oír y ver.
Pero, hay que
intentar buscar siempre algo positivo a todo; incluso de lo que nos perjudica
podemos sacar algo bueno y percibir que, en ocasiones, conviene atiborrarse
para darse cuenta de que muchas de esas cosas no llenan, y es lo que ojalá
pueda dar pie a la conversión del corazón.
En la humanidad de
Cristo, el Señor, encontramos los hombres nuestra plenificación, pero ¿cómo
puede quedar representado el canon del ser humano en este hombre, tal y como le
vemos camino de la Cruz? ¿Dónde está la plenificación del ser humano? Jesús
mismo nos dijo: Quien quiera ganar su vida, la perderá (cf. Mt 10, 39). Dios,
en Jesucristo, se abajó, se hizo uno como nosotros, excepto en el pecado.
En la vida de todos
los días, aunque parezca todo lo contrario, nada se pierde, ni una lágrima, ni
una oración, ni un tiempo gratuito. La fe en Jesús nos llena de esperanza
porque nada de lo que a nosotros nos ocurra, no le ha pasado a Él antes.
Nuestra misión como
catequistas, como educadores en la fe, padres, padrinos, profesores, etc. será siempre
plenificadora; de amor, de confianza, llena de esperanza. Dios cuenta con cada
uno de nosotros, con la manera que cada uno pueda y sepa pueda transmitir el
Evangelio de Jesús.
Os invito a que
durante este tiempo de Cuaresma, tiempo previo al Tríduo Santo, a sintonizar
con la humanidad de Cristo sufriente, para que muriendo con Él podamos
resucitar con Él.
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