Cuando hablamos sobre la Iglesia
diocesana, lo primero que nos viene al pensamiento es «una tierra»,
recordándonos que la Diócesis está ubicada en lugar concreto con todo lo que
esto conlleva. Hablamos de una porción de humanidad concreta, con una lengua,
una historia, una cultura y una forma explícita y específica de ver la
realidad.
No existe una Iglesia de Jesucristo
en abstracto sino concreta, encarnada en un territorio particular donde viven hombres
y mujeres redimidos por Jesús el Señor. No es posible una realidad auténticamente
eclesial que no se sitúe prioritariamente y ante todo a nivel local.
La Iglesia de Jesucristo es al mismo
tiempo universal y local y así se expresa en cada Diócesis. El Concilio
Vaticano II nos ha enseñado a tener una atención permanente a los dos polos
de una misma Iglesia. La Iglesia universal de Jesús, extendida por todo el
mundo, toma cuerpo en las distintas Iglesias locales o Diócesis que,
presididas por los Obispos, sucesores de los Apóstoles, son la manifestación
principal y plena de la Iglesia de Cristo en cada región.
Si tenemos en cuenta las palabras de
San Pablo a los Corintios (cf. 1Cor 1, 2), podemos advertir que la Iglesia que
peregrina en Valladolid es una comunidad asentada en un territorio con límites
precisos, y esta delimitación territorial ayuda a que la Diócesis desarrolle
su misión específica. El establecimiento en un territorio es vehículo de
encarnación en un ambiente humano concreto y determinado. Gracias a la territorialidad,
nuestra Diócesis se ha conformado con rostro propio, con su carácter y modo propio
de anunciar y vivir el Evangelio. El «lugar», la tierra, es muy significativo para
vivir como Iglesia encarnada. Así pues, al Obispo que está a cargo de una
Diócesis, el Derecho Canónico le llama
el «ordinario del lugar».
La Iglesia existe de modo concreto,
en el aquí y ahora, donde el cristiano puede y debe vivir la relación con
Dios en el contexto comunitario de los hermanos. Solo en un lugar determinado
se escucha la Palabra de Dios y se celebra la Eucaristía, como solo entre
personas de carne y hueso se hace real el amor.
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