Como cada mes de diciembre,
durante casi cuatro semanas, la liturgia católica nos invita a celebrar el
adviento, la venida por excelencia, aquélla por la que viene suspirando la
humanidad a lo largo de toda su historia, aquélla por la que suspira
permanentemente nuestro corazón: la venida del Salvador. El tiempo litúrgico no
hace más que concentrar en unos días la celebración de un rasgo permanente de
la vida cristiana e incluso de la persona humana: el deseo, la espera, la
búsqueda de la vida plena que resume la palabra "salvación”. El Dios que
mientras vivimos en el mundo está siempre viniendo, porque nunca podemos poseerlo,
hace de los humanos seres siempre a la espera, literalmente pendientes de un
más allá de nosotros mismos, hasta que Dios venga a llenar la capacidad de él
mismo que al crearnos a su imagen sembró en nuestro interior.
Pero mientras peregrinamos por este
mundo, Dios sólo puede aparecer oculto en realidades mundanas. Ni siquiera su
aparición en persona en la vida de Jesús nos evita, como no les evitó a los
Magos, auscultar las señales de su venida y preguntar dónde ha nacido, dónde
sigue naciendo para nosotros el Salvador.
Como muestran los relatos de la
Navidad, mil detalles, todos cercanos a nuestras propias vidas, orientan
nuestras miradas y guían nuestros pasos hacia Jesús, como aquél en quien
"Dios nos ha visitado". Pero ninguna de esas señales nos evitan
preguntarle a Jesús mismo, como hicieron los discípulos del Bautista de su
parte: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Su
respuesta clarifica definitivamente hacia dónde dirigir nuestra mirada y cómo
vivir nuestra espera: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les
anuncia la buena noticia". Los hermanos que sufren y la superación de sus
sufrimientos son el lugar de la venida del Señor. Y el trabajo y la lucha por
la eliminación de esos males es la forma de hacerla presente en cualquier lugar
del mundo y en cualquier momento de la historia.
La salvación siempre será don
gratuito de Dios que podemos estar seguros que no ha de faltar a ninguna
persona. Pero estamos llamados a preparar su adviento, su venida eliminando de nuestra vida y de nuestro mundo
los obstáculos que le cierran el paso.
Al adviento perenne de Dios
corresponde, por parte de los humanos, la perenne actitud de esperanza. Vivir
en adviento no es fácil, porque hoy no es fácil la esperanza. Pero tenemos un
camino seguro para hacerla crecer en nosotros: "Dar razón de nuestra
esperanza a quienes nos la pidan”, y compartirla con los que creen no tener
razones para esperar.
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