La lectura de un artículo en la Revista Misión, cuyo último número nomina como “Desempatallar a la familia” me inspira esta columna dedicada a la catequesis, que como expresa una sabia catequista de nuestra diócesis en el mundo rural, y que se llama Sagrario: “la catequesis, el acompañamiento espiritual en la Iniciación cristiana, es la tarea más importante de la Iglesia”, y añado yo: “uno de los quehaceres más transcendentales de la Iglesia de todos los tiempos”.
Si tenéis la ocasión de leer el artículo habla
especialmente de los peligros o riesgos, incluso se eleva a la categoría de
amenaza, pues hemos abierto de par en par las puertas de nuestro hogar a las
pantallas. Me ha parecido muy interesante el término que se da a la generación
que ha nacido con todo esto ya puesto: “nativos digitales”. Resumiendo mucho,
el articulista defiende la postura del testimonio, que seamos los educadores,
empezando por los papás; que seamos referente para esta generación del desapego
del mundo de los smartphones.
Me parece interesante traer a colación a San Ignacio de Loyola cuando
al comienzo de sus Ejercicios Espirituales, ese método para encontrar a
Dios y ganar en libertad interior con el fin de instruir los sentidos hacia su
voluntad, propone el Principio y Fundamento. El Principio lo constituye la
mínima materia prima con la que alguien inexperto podría empezar a considerar
su vida, y así empezar a fundar (Fundamento) un edificio de decisiones vitales
sobre cimientos realmente sólidos. Este pórtico ignaciano ofrece criterios
principales y fundamentales para dirigir nuestra vida hacia Dios, haciendo uso
de las cosas “tanto cuanto” nos orienten a este fin y desechando o quitándose
de ellas las que no. (Realmente la experiencia de los Ejercicios
Espirituales de Ignacio de Loyola ofrece mucha luz a la Iniciación
cristiana, pues en ambas realidades (Ejercicios e Iniciación cristiana) hay un
factor común: la conversión cristiana).
Muchas
veces deseamos ser creativos en la catequesis, y es muy importante, y para ello
buscamos despertar el interés en los catecúmenos y para ello utilizamos todo
tipo de mecanismos que están a nuestro alcance. Pero realmente hay algo que no
podemos obviar: la catequesis es la narración que realiza el catequista a la
luz de la fe de la Iglesia. Por tanto, no son tanto los materiales, las
actividades, los dispositivos digitales, sino la expresividad cercana, la
simpatía y la empatía, la compasión, la ternura dulce, la alegría de la fe,
positiva, llena de frescura, vigorosa, que rezuma el gozo de su vocación y su
pertenencia a Dios, al mundo y a la Iglesia. El catequista ha de ser el testigo
del amor de Dios; la expresión más cercana, junto a sus padres y la comunidad
cristiana, de la vida en Dios. El catequista debe ser ese dedo que apunta,
porque conoce y reconoce Su Presencia, y reza: ese es el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo.
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