martes, 28 de junio de 2022

TRANSMISIÓN DE LA FE


 

         El día que se hacía público el nombramiento de Don Luis Argüello como arzobispo de Valladolid, el ahora arzobispo electo tomó la palabra y dijo que uno de los retos de nuestra Iglesia Local es la “transmisión de la fe”. Ciertamente siempre le he escuchado este deseo y verdaderamente es donde la catequesis en nuestra diócesis más aún habrá de incidir.

         La “transmisión de la fe” realmente es la esencia de nuestra identidad como cristianos. Si la Iglesia existe para evangelizar, este es nuestro cometido, nuestra misión: transmitir lo que hemos visto y oído.

Generalmente en la vida transmitimos lo que disfrutamos, a veces lamentablemente a modo de chascarrillos o cotilleos, pero muchas más veces cuando hay profundidad en las relaciones transmitimos vida: “lo que siente el corazón, habla la boca”. Cuando hablamos con nuestras palabras, con nuestros hechos, transmitimos esencialmente Vida con mayúsculas y eso es lo que mueve los corazones a adorar para después servir.

La apuesta del catequista es por la “transmisión de la fe”. La llamada que hemos recibido del Señor, nuestra vocación, pretende desarrollar este aspecto tan importante, como es que lo que hemos recibido, como depositarios de la fe de la Iglesia, lo comuniquemos en fidelidad a nuestros predecesores.

         El análisis de la realidad que hoy hacemos describe como la familia es el primer sujeto de esta transmisión, pues ellos son los principales y primeros educadores o transmisores de la fe de sus hijos. Si los catequistas transmiten, pero en la familia no se secunda esta transmisión, la correa de transmisión irá forzada, chirriará. 

         ¿Cómo suscitar en los padres el deseo de hacer crecer o germinar la semilla que en la mayoría de los casos fue sembrada en el bautismo? 

         Por parte de los agentes de pastoral está claro que la relación familia-parroquia es básica, lo que también me pregunto es si las familias están por la labor o prefieren continuar como hasta ahora, es decir, en la mayoría de los casos: participar en la catequesis, recibir sacramentos, pero sin perseverancia en la continuidad, especialmente haber prendido algo pero no parece que acabe de desarrollar cristianos de verdad.

         Deseo animar a los catequistas, a todos, para que nosotros, ilusionados y alegres por lo que somos y llevamos entre manos, sintamos que es Dios, y no nosotros. Que el Espíritu sea el que nos diga el qué, el cómo y con quiénes.

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