La devoción tanto al Sagrado Corazón de Jesús como al
Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos refieren a la humanidad del Señor. Dios tiene
cuerpo y, por tanto, corazón. Su Cuerpo es la Iglesia, nuevo pueblo de Dios.
Los cristianos somos seguidores suyos, nuestro palpitar conviene se rija por el
ritmo de su Corazón. Cada uno de nosotros somos como una célula que precisa del
Corazón humano de Dios que nos da la vida en la medida que nos dejamos. En este
sentido es muy importante, como miembros de ese Cuerpo, que sintamos que todo
procede del que nos da la vida, y que nosotros no somos más que pequeñas partes
de ese Cuerpo; que necesitamos unos de otros, que somos parte de un Todo, “que
todos somos necesarios, pero nadie imprescindible”. Ojalá lleguemos a sentir
como los místicos que Dios es todo para nosotros, que Dios solo basta.
Y Dios es persona, por ello el trato que podamos tener
con Él, nos hace más personas, nos humaniza, nos urge a humanizar todo lo que
nos rodea, porque si no corremos el riesgo de caer en la enfermedad: la
tibieza, la desidia, la envidia, el rencor, la rabia, el orgullo, la soberbia, la
indiferencia, la inercia, etc. Por ello también nos libera de la esclavitud del
pecado, como causa del des-Amor.
Como
catequistas, también los padres, los padrinos, los pastores, la comunidad
cristiana al completo (Cuerpo de Cristo), tenemos que dirigir los pasos de
nuestros destinatarios en la catequesis hacia el centro de nuestra fe:
Jesucristo en su referencia al Padre por el Espíritu Santo. El Directorio General para la Catequesis en
su nº 80 precisamente nos habla de esto: «El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no solo en
contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo». Sintonizar con los
sentimientos de Jesús hombre nos ayudará a sintonizar más y mejor con los de
aquellos que la Iglesia nos entrega bajo nuestra responsabilidad. La
catequesis, dentro del proceso de conversión que conduce a la fe, es ese
periodo de tiempo en el que se dedica también a conocer a Aquel, que antes que
nosotros a Él ya nos conocía: “Tú me sondeas y me conoces…” (Sal 138); da lugar
a reconocer que Dios es Amor. Por ello, quien vive en continua transfusión y
adhesión con el Corazón de Cristo, podrá dar de ese Amor que a Dios le sobra.
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