
Y Dios es persona, por ello el trato que podamos tener
con Él, nos hace más personas, nos humaniza, nos urge a humanizar todo lo que
nos rodea, porque si no corremos el riesgo de caer en la enfermedad: la
tibieza, la desidia, la envidia, el rencor, la rabia, el orgullo, la soberbia, la
indiferencia, la inercia, etc. Por ello también nos libera de la esclavitud del
pecado, como causa del des-Amor.
Como
catequistas, también los padres, los padrinos, los pastores, la comunidad
cristiana al completo (Cuerpo de Cristo), tenemos que dirigir los pasos de
nuestros destinatarios en la catequesis hacia el centro de nuestra fe:
Jesucristo en su referencia al Padre por el Espíritu Santo. El Directorio General para la Catequesis en
su nº 80 precisamente nos habla de esto: «El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no solo en
contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo». Sintonizar con los
sentimientos de Jesús hombre nos ayudará a sintonizar más y mejor con los de
aquellos que la Iglesia nos entrega bajo nuestra responsabilidad. La
catequesis, dentro del proceso de conversión que conduce a la fe, es ese
periodo de tiempo en el que se dedica también a conocer a Aquel, que antes que
nosotros a Él ya nos conocía: “Tú me sondeas y me conoces…” (Sal 138); da lugar
a reconocer que Dios es Amor. Por ello, quien vive en continua transfusión y
adhesión con el Corazón de Cristo, podrá dar de ese Amor que a Dios le sobra.
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