martes, 23 de abril de 2019

RESUCITÓ


Por fin llegamos a nuestro destino: Jesucristo, nuestra Pascua, ha resucitado. Mereció la pena andar este duro camino, como la vida misma, para llegar hasta aquí y encontrarnos como comunidad cristiana que celebra con alegría que Jesús, el Hijo de María, ha resucitado. La Iglesia se llena de gozo porque la vida ha vencido a la muerte y la esperanza llena la faz de la tierra y hace todas las cosas nuevas.
Precisamente esa es ahora la señal: la alegría, además de la fe, la esperanza, la caridad que nos hará estar más cerca los unos de los otros, que nos ayudará a ponernos en el lugar del otro, en muchas ocasiones habremos de ver el rostro del Señor en los crucificados de este tiempo, habremos de ver el Señor cada vez que nos crucifiquen o que sintamos el peso de la cruz.
            Es el tiempo de la fe y de las obras, de la confianza y del compromiso, no nos resistamos a la Resurrección del Señor, no paremos el reloj de la historia, en palabras del Papa Francisco a los jóvenes: nos encontramos en “el ahora de Dios”. La Historia de la Salvación comenzó hace muchísimo y en la noche de la Pascua nosotros la recogemos ampliamente, agradecidos de que Dios se haya hecho presente en todos los momentos de nuestra vida, no en unos momentos más que en otros, no solo cuando las cosas nos sonríen o parece que nos van bien, no en la Pascua menos que en la Semana Santa.
            Por favor, no busquemos a Cristo en el sepulcro, que no permanezca su persona como muerta en nosotros, busquemos al que es Camino, Verdad y Vida en medio de los que vivimos. Alegrémonos porque esto es así, no nos dé miedo esta nueva situación; Cristo no es un fantasma, es nuestro Dios y hombre verdadero, que el Padre lo ha resucitado de entre los muertos. Resurrección a la que nosotros estamos llamados, por eso, por favor, vivamos nuestra fe y alimentémosla constantemente: orando, hablando con el Señor como un amigo habla con otro amigo, enseñando a orar a vuestros hijos, es más, orando con ellos, participando de la Eucaristía más que oyendo Misa, animando con nuestra alegría y nuestra presencia a otros a optar por la fe en el Señor y su Iglesia, celebrando los sacramentos, viviendo como Dios manda.
            Demos cuenta de lo que hemos visto y oído, con alegría, con profundidad, con certeza. En el encuentro del Resucitado con sus discípulos, con las mujeres, con seguridad, también con su Madre, nos manifiesta su paz, no hay porqué tener ya miedo y nos indica un legado: id y anunciad, el Reino de Dios que Él nos proclama cada Domingo en el Evangelio.

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