Decimos que la Pascua es un tiempo propicio para la celebración de los sacramentos de la Iniciación cristiana, pues del costado abierto de Cristo mana agua y sangre, signos propios del Bautismo y de la Eucaristía.
Especialmente la Vigilia Pascual es la celebración más propia para administrar estos sacramentos. Cada Noche Pascual son muchas las familias que presentan sus hijos a la Iglesia para –como dice el Ritual del Bautismo- “renacer a una nueva vida”. La Noche en el que el agua más que bendecida, es consagrada tras la inmersión del Cirio Pascual, signo que representa la Luz de Cristo, en la pila bautismal. Incluso aquellos niños, que, en la edad catequética, no recibieron de párvulos el Bautismo, lo vivirán ahora junto al Sacramento de la Eucaristía. Con mucha más razón, aquellos adultos que no conocieron a Jesús, pero con el tiempo Dios apareció en sus vidas, de tantas y tan diversas maneras (cf. Hb 1, 1), les enamoró y tras el acompañamiento del proceso interior que conduce a la fe, conversión, recibieron también aquella Noche, las aguas bautismales, junto al Sacramento de la Confirmación y de la Eucaristía.
Por medio del Bautismo entramos todos en la Iglesia, nos hacemos miembros de un cuerpo, el de Cristo, que precisa tanto unos de otros.
Durante la cincuentena pascual fluyen los aceites que se bendijeron (óleo de los catecúmenos y de la santa unción) y consagraron (Santo Crisma) en la Misa Crismal del pasado Jueves Santo en la Santa Iglesia Catedral. Cientos de jóvenes son confirmados por nuestros pastores que, tras la imposición de las manos y la unción con el Santo Crisma, les convierte en Testigos del Señor.
Otros tantos niños de nuestras parroquias, se incorporarán a la Mesa del Señor, y celebrarán, la Común-unión con Dios y con su Cuerpo, la Iglesia, representada en su familia y comunidad cristiana.
Pero hay otros sacramentos que también podrán ser vividos, especialmente: la Santa Unción para nuestros más mayores, en el Domingo VI de la Pascua, la Pascua del Enfermo. Así como la renovación del Bautismo cada vez que celebramos el Sacramento de la Confesión y acogemos la Misericordia de Dios. Estos sacramentos de sanación.
Y, hay otros Sacramentos que nos disponen especialmente para el servicio de los demás: el Matrimonio y el Orden Sacerdotal.
Todos ellos son “signos visibles de Dios que es invisible” (San Agustín).
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