Por fin hemos llegado a la cumbre deseada: la Pascua. Han sido días muy intensos, los del triduo pascual, en los que nos hemos podido afectar por la persona de Jesús el Señor. El dolor, el sacrificio, la entrega,… y tantas mociones que hemos podido percibir en Cristo nos han impresionado, nos han marcado para siempre, nos han crismado, nos han debido renovar como cristianos (metanoia).
En nuestra Iglesia, esta experiencia es una constante hoy, pues, aunque nosotros conmemoramos aquellos hechos históricos ocurridos hace tanto tiempo, aunque nosotros los contemplemos como “si presentes nos hallásemos”, etc. el estado actual de un cristiano, y siempre, es el de la Pascua, pues Jesucristo vive para siempre: “Ha resucitado, ¡aleluya!”.
Por eso, el hecho de que Jesús permanezca vivo nos permite encontrarnos con Él, por ejemplo, al modo de Saulo camino de Damasco.
En catequesis a este estado lo llamamos mistagogia, es decir, vivimos el tiempo de la celebración de los misterios cristianos. Esta es la hora del testimonio. Pues el encuentro con Jesús trae consigo dos actitudes: una, la paz, “paz a vosotros”, San Ignacio de Loyola nos dice que el Resucitado tiene como oficio “consolar”; y otro, ligado al anterior, es el envío del señor: “Id por todo el mundo” (Mc 16, 15).
Elevo mi oración al Señor por todos los catequistas de nuestra diócesis para que en su ministerio susciten en los catecúmenos un deseo de ser como Jesús, que puedan identificarse con Él, su persona, su misión, se adhieran a su Cuerpo, trabajen por ser luz del mundo y sal de la tierra. Y, también, rezo pro los padres para que vivan su fe en la familia con alegría y no como una carga. Que la familia suscite, desde la presencia viva de Jesús en medio de ella, la alegría del amor. Que la llama del Cirio Pascual, aunque vacile, esté siempre encendida en nuestra vida para que iluminemos un mundo ausente de luz, respeto al diferente y de alegría.
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