domingo, 25 de diciembre de 2016

JESÚS, AYER, HOY Y SIEMPRE

         

La Navidad me invita a la contemplación, es decir, a mirar la escena del Nacimiento y a dejarme mirar por ese Niño y esos padres a los que contemplo. A mucha gente esto le podrá parecer ridículo, pero para mí tiene el sentido fundamental de mi vida: Dios nace por mí, para mí, por ti, para ti. No sé si nos damos suficientemente cuenta del alcance que contiene esta gran Noticia. Y estando ahí, mirando, gustando, tocando, oliendo, oyendo, delante de esta Sagrada Familia, como digo, siento paz, siento consolación. Después más tarde, fuera ya de la adoración, cuando recuerdo racionalmente esta escena me viene como proyectada mi vida, es lo que San Ignacio de Loyola, llama “reflectir para sacar algún provecho”, y entonces con emoción doy gracias a Dios por tantas realidades, y especialmente personas, donde Dios me descubre que nace hoy, y sin embargo pido perdón, porque también Dios me descubre donde Él nace y yo no me pongo de rodillas para adorar y presentar mis regalos, mi vida. 

Todos nosotros hemos podido estudiar, en mayor o menor medida, la Historia Sagrada y, por ella, conocemos, cómo fue el nacimiento de Jesús, cuál fue su contexto socio-cultural, el pueblo vivía con una gran necesidad, sed, de liberación, justicia, de paz, de armonía, etc. Aquel pueblo estaba sometido a la opresión imperialista de Roma que les ahogaba con impuestos, con esclavitud. También podemos destacar cómo la misma religión era un tanto opresora. Esa religión a la que Jesús el Señor quiso dar una nueva orientación. Realmente el pueblo vivía con una clara necesidad de Mesías. Y vivían desde la clave de esperanza, pues desde antiguo se les había hecho la promesa de que se les daría un Mesías. Y al final esta promesa llegó a cumplirse y Dios se encarnó en un niño.

Un niño, esperanza para todo el pueblo. Dios parece confundirnos, porque quizá nosotros esperábamos un hombre hecho y derecho, alguien con más autoridad, con más personalidad, con más poder y liderazgo. Sin embargo, Dios se sirve de lo más elemental para nacer como hombre que es surgir de una familia. Y busca que esa familia sea bendita y especial: la madre Virgen y un padre adoptivo que se expone al escarnio de sus contemporáneos, con tal de hacer la voluntad de Dios.

Así fue Jesús ayer. Y, ¿cómo es el Dios que nace hoy? Pues sigamos contemplando el Misterio. Jesús es el mismo: ayer, hoy y siempre. El contexto no es muy diferente. Hoy, como ayer, es bien recibido por unos y por otros no tanto. Pero siguiendo contemplando este alumbramiento me pregunto: para bien o para mal, ¿de alguien se puede llegar a hablar tanto cuando han pasado tantos años? La presencia de Dios resucitado, ahora bajo la presencia de un niño, continúa viva en nuestra memoria. Esto parece imposible si fuera mentira o si no quisiéramos más que celebrar -con una bella y linda estampa- la celebración para iniciar el cambio de equinocio.

Jesucristo se encarna para redención del género humano, porque el mundo necesita ser salvado. Según Ignacio de Loyola, la Santísima Trinidad decidió que la segunda persona tomara cuerpo humano porque el mundo, sus gentes, estaban abocadas al mal. La tristeza es una de las fuentes de mal que viene promovida por la insatisfacción de los deberes no cumplidos, de no alcanzar metas, frustraciones, etc. muchas veces por no acabarnos de llenarnos materialmente y buscamos fuera lo que no encontramos en nuestro hogar.

            Pero en Navidad dejo los razonamientos y me quiero parecer a esos Magos que se pusieron en camino y descubrieron una nueva orientación para sus vidas. Deseo profundamente descubrir el gran Regalo que Dios nos quiera entregar a partir de hoy. Deseo renovar la acogida que pueda hacer al Señor. Me quiero centrar en lo verdaderamente importante, porque de cómo acoja, de cómo celebre, de cómo viva estos días, podré ayudar a mis hermanos a desenvolver este gran regalo que viene envuelto entre pajas, al calor del aliento animal y del cariño de sus padres y de todos los que se acercan en actitud de reverencia.


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