sábado, 20 de febrero de 2016

Domingo 2º Cuaresma - Ciclo C

Seguimos el itinerario cuaresmal y cada domingo hacemos una parada más prolongada para descansar, para el avituallamiento vital. El Señor, a través del sacramento de la Eucaristía nos da la gracia, la fuerza para continuar el camino. Nos prepara la mesa de la Palabra y de la Comunión. Alimentos que vienen unidos por la participación de los comensales. ¿Qué sería de un banquete sin la presencia de los invitados? O, ¿qué fiesta podríamos celebrar con unos participantes poco animados?
En este sentido, la Cuaresma ese un tiempo de conversión, que nos invita también a la conversión pastoral y a la pastoral de la conversión. ¿Qué quiere decir esto? Pues, en palabras del Papa Francisco, “no podemos seguir diciendo, es que siempre se ha hecho así”, toda la vida se ha hecho así. Estamos llamados a caminar al compás de Dios, el Espíritu es el que nos guía en este camino, en el que si queremos disfrutarlo, no caben las resistencias, ni los estancamientos, ni el quedarse detrás, ni tampoco adelantarse al tiempo.
Nuestras estructuras eclesiales, los evangelizadores, los miembros de la Iglesia en general, estamos llamados  a la conversión, al cambio; y muchas veces ese cambio es leve, pero hoy se nos urge a un cambio personal, sincero, que nos lleve no solo a nosotros mismos sino también a nuestro contexto. Los cristianos estamos llamados a cambiar la sociedad, ojalá la podemos convertir en las primicias del Reino de Dios, en palabras de San Agustín, construir la “ciudad de Dios”.
El indicador que hoy nos propone este domingo es el da la oración, la transfiguración del Señor. La experiencia religiosa que podemos vivir a través de la oración. Esa experiencia, la de la oración y la contemplación, la reflexión y la meditación, será la que nos dará la luz para caminar en el mundo de hoy, no en el de ayer, esa experiencia nos ofrecerá recursos para acoger a nuestros hermanos, nos mostrará comportamientos evangélicos. Sé que no se lleva esto, pero también echemos una ojeada a lo que se lleva y que provoca y lo que queda por hacer en nuestro mundo, muchas veces es por falta de intuiciones, de inspiración.
Hagamos oración, hablemos con Dios “como un amigo habla con otro amigo”, utilicemos oraciones ya construidas, pero especialmente, nuestras propias palabras que sean las que dialoguen con nuestro Dios, y medien por las necesidades de nuestro mundo.
La oración es eficaz en sí misma, pues la oración pacifica el alma, mucho de lo que está ausente nuestro mundo, que a menudo desea lo que tiene el otro y lo que él no tiene pretende quitar, especialmente por la fuerza. La envidia, decimos, es la lacra de la humanidad. Abrahán era un hombre orante, hablaba con Yahvéh y este le indicaba lo que habría de ocurrir. No piensen que en la oración recibimos el dictado de Dios a nuestros oídos, son intuiciones, corazonadas, que llevan a un comportamiento, especialmente a estar en paz con uno mismo y con los demás, de ahí que los apóstoles quisieran estar en esa situación toda la vida. Pero el Maestro, les recuerda que la oración ilumina la acción.

Si hacemos oración, miremos el mundo, sus gentes, sus comportamientos, díganme si no es necesario la oración, la petición constante para que el mundo se convierta, para que dejemos de mirarnos el ombligo, para que respetemos la pluralidad de ideas, para que nos enriquezcamos con las aportaciones de los demás, pero también para que respetemos la fe y las creencias. Precisamente vivimos en un momento en el que no llego a ningún lado con hacer la denuncia al decir en el que a los cristianos se nos persigue. ¿Por qué lo hacen? Pues el Papa Francisco el otro día en México dijo que el diablo odia a la Virgencita porque esta nos lleva a Jesús, por qué nos odian a los cristianos, pues porque estando con Jesús somos libres, también en conciencia, y somos capaces de indicar lo que está bien y lo que está mal: se puede decir más alto pero no más claro.
Lo dice San Pablo, estamos llamados a ser ciudadanos del cielo, mientras tanto dejemos este mundo un poco mejor a los demás, pongamos la otra mejilla, cuantas veces sea necesario, pero por favor no nos callemos ante las injusticias que el mundo provoca, y demos testimonio alegre y convencido de Jesús el Señor.

Que alegría vivir la cuaresma con un espíritu positivo, con el deseo y la predisposición de cambiar, no cambiar por cambiar, sino reconocer que en nosotros, en todos nosotros hay desamor, y que con la ayuda de Dios y de los hermanos, viviremos como hijos de Dios.

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