Durante este domingo, como
Iglesia celebramos la fiesta del Bautismo del Señor y con ella terminamos la
Navidad. Pasando este día, comenzaremos el tiempo ordinario, que abarca
prácticamente el resto del año litúrgico, este tiempo será interrumpido por la
Cuaresma y la Pascua.
El
Bautismo del Señor es una fiesta que continúa el misterio de la Manifestación o
Epifanía del Señor, desde su infancia (con la adoración de los Magos) hasta los
comienzos de su vida pública, en que se manifiesta también el Señor, cuando es
bautizado por Juan en el Jordán.
Jesús,
en el momento de su Bautismo, recibe la confirmación definitiva de su vocación
como Mesías, que en su momento debe manifestarse públicamente. Nosotros cuando
somos bautizados recibimos el Espíritu que nos envía. Así mismo a partir de su
Bautismo, Jesús comienza su andadura misionera, ya no es un niño, ahora es
cuando se convierte en misionero y predicador de la Buena Nueva, llevando a su
plenitud el encargo de Dios Padre. Será a través de sus palabras y sus hechos,
siendo profundamente coherente y fiel a la misión recibida, como realizará su misión.
En
este sentido, la vocación cristiana, brota de la vocación bautismal común y
está al servicio de la misión evangelizadora, es decir, que se cumpla el
designio de Dios para toda la humanidad. Precisamente este aspecto será muy relevante
en la vocación específica del catequista, pues él o ella tienen como misión
iniciar en la fe a los nuevos creyentes para hacerse cristianos.
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