domingo, 27 de diciembre de 2015

DIOS ES AMOR - AMOR DE DIOS

            San Juan es el que más y mejor desarrolla este tema del Amor de Dios. Él, como es el que escribe, pues se puede autodenominar como quiera: y él se considera “discípulo amado”. El Señor estoy convencido que le quería mucho, como nos quiere, un montón a todos, pero San Juan lo vive y lo manifiesta en primera persona. Se siente enamorado de Dios. Así con estas palabras y letras: enamorado.
Mirad, como en nuestra vida religiosa, o consagrada, no vivamos enamorados del Señor: pobres de nosotros y de los que viven con nosotros. ¿Por qué digo esto? Pues, porque cuando uno vive la clave del Amor, de la Misericordia, del Perdón, de la Justicia, etc. se mueve en esas claves. ¿Acaso no hemos oído más de una vez ese refrán que de “padres gatos, hijos mininos”? Pues es una gran verdad. Damos lo que hemos recibido y si no bebemos del Amor de Dios, no podemos dar amor de Dios, y entonces o seremos agrios, indiferentes hacia lo que les pasa a los demás, nos parecerá tontería los que sí vivan desde esa clave, o puede darse que vivamos una situación afectiva mal encajada, que puede dar lugar, perdonad que hable tan claramente como un “amor acaramelado o pastelero”.
Pero, alguien me preguntó este verano: ¿cómo se puede sentir el Amor de Dios del que nos hablas?, porque me cuesta. Es verdad, que decimos que el noviciado fue como una luna de miel, en la que todos nosotros vivíamos una experiencia gozosa, ingenua, de mucho dejarse hacer. También les pasa a los novios. Es un tiempo de prueba, de conquista, de conocimiento. Pero el amor entre dos personas no es el mismo al principio que cuando llevan 50 años. Como tampoco lo es el vino, que macera, o la comida hecha a fuego lento, cada cosa tiene su tiempo, habrá que saber amar desde dónde cada uno está, siendo realistas y con la docilidad de quien desea amar y no siempre ser amados. Porque en esto consiste el amor: en dar y recibir. Pero claro nosotros contamos con una clara ventaja y es que aunque nosotros no amemos a Dios, Él nunca nos dejará de amar.
            Mirad, tenemos que partir tanto en nuestra vida espiritual como en nuestra vida cotidiana, dígase: comunitaria, de misión, de calle, etc. de la idea de que siempre tenemos que aprender, que no nos lo sabemos todo, que Dios es esa Palabra, ese Verbo, que se nos entrega hecha carne, hecha humanidad, para que nosotros la acojamos. ¿No veis al niño que tiene las manos hacia arriba? Son brazos que quieren ser cogidos.

            Yo lo digo hasta la saciedad, para ver si yo soy el primero que me convenzo, si no tenemos experiencia del Amor de Dios, ¿qué? ¿de qué hablamos? ¿con qué experiencia? Bla, bla, bla. Necesitamos conocer el Amor, porque quien no conoce al Amor, no puede amar. Y esto nos habla de conocer humanamente a Dios, conocer a la persona de Jesús. Perdonad, no estoy hablando de conocerle físicamente: de dónde vivió, cómo se llamaban sus padres, a qué dedicaba el tiempo libre, etc. No, me refiero a conocerle por dentro, meterse en Él, que es puerta, para reconocer la misericordia que es expresión de su Amor. Y si no abrimos nosotros nuestra puerta, difícilmente vamos a poder saborear quien es este Dios, tu compañero, al que llevas acompañando tantos años de vida consagrada y a veces ni le conoces o si le conoces es por los pelos.
       Estos días de la Navidad, saquemos tiempo para la contemplación de este Misterio: Palabra hecha carne. Dios que se hace hombre y nos confunde al manifestarse en un niño recién nacido. Guardemos silencio ante este misterio, escuchemos su Palabra y acojámosla, ¿qué nos dice? ¿qué nos pide? ¿a qué nos llama? Recuperemos el Amor de Dios que se encarna también en cada uno de nosotros, para que nosotros ante este misterio, en profunda adoración, entregemos, depositemos a sus pies, ni oro, ni mirra, ni incienso, ni tan siquiera corderos, ni quesos, sino nuestras vidas, nuestra vocación, la alegría de nuestro creer y de poderlo hacer al lado de otros hermano

s.

            

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