lunes, 1 de junio de 2015

"ENTRAMOS EN LA IGLESIA PARA ADORAR, SALIMOS PARA SERVIR"

Cercanos a la solemnidad del Corpus Christi recordamos con afecto el lema que está de trasfondo en toda nuestra dinámica pastoral diocesana: "Entramos en la Iglesia para adorar, salimos para servir". 

Podríamos decir que en esta gran verdad se esconde la misión propia de todo cristiano, y que hemos aprendido del Maestro: "os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15).

Los catequistas sabemos muy bien qué significa esto, pues precisamente "el fin último de la catequesis es poner a uno no solo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo" (CT 5; DGC 80). Necesitamos estar muy cerca de Jesús el Señor, reconocer su Presencia para adorarle, para amarle sobre todas las cosas, para descubrir el valor inmenso que su Misterio encierra, y para sentir la relación de amor que se desprende de esa Presencia. Cuando nos dejamos mirar por Él nos descubrimos como hijos, pero no como hijos "únicos", sino como hijos al lado de los otros, hermanos de toda la humanidad.


Dios recibe con muy buen agrado nuestro amor y, por ello, de su Presencia adorable, se refleja Jesucristo como verdadero rostro de la misericordia del Padre (cf. MV 1). En Jesús Sacramentado se refleja el rostro de tantos que como Jesús sufren y cargan con una gran cruz: enfermos, desahuciados, en paro, sin ilusión, perseguidos, etc. Ciertamente mirarle nos llena de Él mismo, de sus dones y frutos espirituales. Esa presencia "silenciosa" es muy locuaz y es pacificadora,  pero invita y urge a la caridad, al servicio por amor. Lo más fácil es quedarse absortos, hagamos tres tiendas (cf. Mc 9, 5), sin importarnos lo que ocurra fuera de la iglesia, pero Dios encarnado en medio de su pueblo nos invita a servirle ahí: "La Eucaristía, antídoto frente a la indiferencia".

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