Durante el mes de mayo, que suele coincidir con el tiempo de
la Pascua, muchos niños y niñas de nuestra diócesis recibirán por primera vez a
Jesús en la Eucaristía. Tal y como se indica en nuestro Directorio Diocesano de los Sacramentos
de la Iniciación Cristiana el
período previo a recibir este sacramento no se improvisa sino que se prepara
“cuiadosamente” y en el que “intervienen en el proceso de Iniciación a este
sacramento: sacerdote, padres, catequistas, padrinos y niños” (nº 50).
Para los adultos, para la comunidad parroquial en general,
resulta muy grato acompañar a los niños hasta el altar. Ellos, dóciles a la
llamada de Dios, tienen la necesidad de sentir la presencia de Jesús el Señor que desea habitar para siempre en su
corazón. Y como niños que son, lo viven con la ingenuidad característica de
esta edad.
Sería muy bello que los iniciados de la comunidad
aportáramos nuestro propio testimonio a todos estos niños, que los mayores
viviéramos con la fuerza del Espíritu la responsabilidad de ser Testigos del Señor. “Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.
Y se los miraba a todos con mucho agrado” (Hch 4, 33).
Una comunidad que no vive el compromiso de su fe se parece a
aquellas “vacas que se quedan mirando el tren”. La falta de referentes
cristianos, la ausencia del sentimiento de pertenencia a la Iglesia particular,
muchas veces, da como resultado una pastoral que no enraíza a los fieles en la
parroquia, que no vive la comunión de la que nos habla el evangelista sobre la
vid, los sarmientos y los frutos (cf. Jn 15, 1-8).
Bastaría con escuchar la Palabra de Dios con atención, con
docilidad, conservándola en nuestro corazón (cf. Lc 2, 52), para atender la
voluntad divina.
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