La Pascua va llegando a su
fin. Este domingo celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor a los
cielos. Esta fiesta nos ayuda a comprender que la segunda persona de la Santísima
Trinidad, Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, vuelve a la situación desde
la que fue enviado desde siempre: con el Padre y el Espíritu. Realmente su
misión en la tierra no le ha separado en ningún momento de esta común unión. Es
más en muchas ocasiones, de muy diversas maneras, Jesús el Señor, nos ha hablado de su relación con ellos y así se
nos muestran como icono para la Iglesia, la gran familia que formamos todos los
bautizados.
Durante la Pascua estamos
celebrando, especialmente, los sacramentos de la Iniciación cristiana que nacen
del costado abierto del corazón de Jesús en la cruz: agua y sangre, hacen
referencia al bautismo y a la Eucaristía.
Precisamente el día de la Ascensión
muchos niños y niñas de nuestra geografía recibirán por primera vez a Jesús el Señor. Dando ese primer paso se
ponen en camino hacia la madurez cristiana y así se van incorporando a la mesa
del Señor que celebra la Eucaristía especialmente, como comunidad, el Domingo.
Y el último domingo de la
Pascua celebraremos Pentecostés. Jesús asciende pero no se desentiende, nos
deja su Espíritu y de esta manera Él siempre estará vivo entre nosotros, por el
Espíritu –si nos dejamos- nos renovará. El Espíritu muy presente durante todos
estos días de la Pascua en el que tantos niños son bautizados y tantos jóvenes
son confirmados, los padres y padrinos de unos y los jóvenes y padrinos de los
otros están llamados a ser, por el Espíritu que han recibido, Testigos del Señor.
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