martes, 10 de febrero de 2015

RECORDEMOS LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La nueva evangelización es la expresión nuclear de nuestra pastoral de hoy y de mañana. Los tiempos están cambiado y, también, las personas. No contamos con las mediaciones externas, a nivel familia – parroquia – escuela- como las que se contaban antaño. Hoy es un tiempo nuevo, y: “a tiempos nuevos, evangelización nueva, nuevos evangelizadores”.

La expresión aunque haya podido caer bien, no pretende ser fruto de ningún eslogan publicitario, sino que expresa una situación apremiante. El análisis de la realidad nos lleva a pensar que la crisis que padece nuestro mundo no abarca solo el campo económico sino que toca de lleno la dimensión espiritual de la persona humana. 

Por tanto, la invitación a una nueva manera de evangelizar procede del Señor. Él nos lo está pidiendo. El Espíritu de Dios sigue inspirando para que la Iglesia actual dé una respuesta a la crisis generalizada de fe en nuestro mundo occidental, de la cual participa también ella misma.

Sería inapropiado e injusto solo alarmarse con tal situación y no determinarse por ninguna acción concreta. Es verdad que los tiempos han cambiado pero, precisamente, porque han cambiado, nuestra pastoral y la manera de evangelizar deberían –también- evolucionar. Evangelicemos, pues, sin rupturas, para responder mejor a las necesidades de cada momento, y así podamos transmitir a las nuevas generaciones la fe católica de siempre. Cambiar los medios sin tocar el fin. La Iglesia en cada momento de la historia ha encontrado distintas maneras de pensar, plantear y realizar la evangelización y, por ende, la catequesis. En conclusión, cuando hablamos de nueva evangelización hablamos de pastoral de la fe que tiene como objetivo ayudar a creer, el surgimiento y el fortalecimiento de la fe. 

En definitiva, la nueva catequesis que requiere la Iglesia hoy tendrá que ayudar a creer en Dios y en Jesucristo, con fe viva y operante. Entendiendo la fe como adoración, confianza, amor, obediencia y seguimiento. Habrá de preocuparse por favorecer y fortalecer no solo los contenidos de la fe, sino previamente la acción de creer en Dios, de poner la vida en sus manos, mediante la fe en su enviado Jesucristo (cf. DGC 80).

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