Así comienza la segunda parte de la
exhortación apostólica del papa Francisco: La
alegría del Evangelio.
Encontrarse
con el Señor produce tal alegría que es el origen de nuestra misión como
cristianos. Jesús se hace el encontradizo en medio de nuestro camino. Su
conversación es dulce y cautivadora, estar con Él da paz y anima el corazón. Su
presencia abraza y quien se deja abarcar se siente llamado a evangelizar, es
decir, a anunciar la Buena Noticia de la salvación.
Quien
tiene esta experiencia de Dios se vuelve más sensible ante las
necesidades de los demás. El que bebe de esta fuente espiritual quiere vivir en
plenitud y se siente impulsado a reconocer al otro y buscar su bien. Quien
disfruta más de la vida no es quien se cierra en sí mismo y piensa en su bien
sino quien se apasiona en la misión de comunicar vida a los demás.
Sería
bueno que comprendiéramos y experimentáramos que la vida se alcanza en la
medida que esta se entrega para dar más vida a otros.
En este
sentido, como dice el santo Padre, no caben “caras de
funeral” en la Iglesia porque –por lo que hemos dicho ya– la
evangelización debería irradiar la alegría de haberse encontrado con Cristo.
La Iglesia
espera de nosotros una entrega generosa que nada tiene que ver con una heroica
tarea personal; la misión es ante todo y siempre obra de Dios. Dios nos ha
llamado a colaborar con Él y enviarnos con la fuerza de su Espíritu.
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