viernes, 31 de octubre de 2014

EL CAMINO DE LA SANTIDAD

      
El camino de la santidad es posible. Son muchos y muchas a los que la Iglesia a lo largo de su historia ha reconocido como santos y santas de Dios. No nacieron santos sino que se hicieron. Tampoco nacieron cristianos sino que se hicieron. Así pues, podemos equiparar que el proceso de hacerse un cristiano debería coincidir con el de hacerse uno santo.

Nuestra aspiración más profunda debería ser esa, ser santo; es decir, ser semejantes a Jesús. Nosotros que hemos sido creados a “imagen y semejanza de Dios” (Gen 1, 26-27), el Todo Santo, ¿qué otra cosa podríamos ser sino santos, sino parecernos a nuestro Creador? 

Fue con el sacramento del Bautismo donde en nosotros se sembró la semilla de la Gracia. Todos los hombres hemos nacido en igualdad de oportunidades, con este sacramento hemos sido liberados del pecado. Por tanto, en nuestras manos está el deseo de ser santos, que no consiste solo en parecerlo. 

La Iglesia es santa, rezamos en el Credo de nuestra fe. Esta nota de la Iglesia ha estado presente desde los inicios y no quiere decir que sea la Iglesia de los perfectos. La Iglesia que es santa, como diría el Papa Francisco, “no rechaza a los pecadores; no nos rechaza a todos nosotros; no nos rechaza porque llama a todos, los acoge, es abierta también a los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, por la ternura y del perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de encontrarlo, de caminar hacia la santidad”.

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